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Historia/mito de Perseo

Laura Cabrera Guerrero
Historia del Arte
Perseo es un famoso semidiós en la mitología griega y romana. Hijo del dios Zeus y de la princesa Dánae, su hazaña más célebre fue matar a Medusa, una de las gorgonas, y salir airoso de tan compleja situación. Se casó con la bella Andrómeda y tuvo siete hijos con ella.

La consulta al Oráculo, La reclusión. Una lluvia de oro. Nace Perseo.

La concepción de Perseo fue de lo más surrealista, aunque en la mitología esto no es tan extraño, todo es siempre confuso e inverosímil.

Todo comienza con Acrisio, abuelo de Perseo y el soberano de la ciudad-estado griega de Argos, que, ya mayor y al verse sin un heredero varón para que su estirpe continuara, decidió acudir al famoso Oráculo de Delfos para saber cuál sería su destino. El Oráculo, siempre con respuestas extrañas e inquietantes, aseguró a Acrisio que no tendría ningún hijo varón, pero su propio nieto lo asesinaría. Perturbado ante tal confesión, el rey no tuvo otra idea que encerrar a Dánae, su única hija, en una torre. La amaba más que a nada en el mundo, pero no soportaba la idea de morir asesinado por un nieto. Ordenó construir una torre, en la que no faltara ningún lujo, pero donde su hija debería pasar el resto de su vida recluida, alejada de cualquier posible pretendiente.

Pero Zeus, el rey de los dioses, vio a aquella muchacha y se enamoró, como era habitual en él, siempre tan pasional. ¿Y qué podría hacer un mortal, por mucho rey que fuera, contra el capricho de un dios? Zeus, con su poder, realizó una metamorfosis, se convirtió en lluvia dorada y cayó sobre Dánae, dejándola encinta. De esa unión nació Perseo.

Cuando Acrisio se enteró de lo ocurrido, perdió por completo la cabeza, se olvidó del afecto hacia su hija, y encerró a Dánae y al bebé en un baúl de madera, que arrojó al mar, esperando que ambos perecieran.

Sérifos, Dictis y Polidectes

El baúl navegó por las olas hasta que notaron una fuerte sacudida: había caído en las redes de un pescador, llamado Dictis. El hombre, sorprendido al abrirlo y encontrar a una mujer y a su pequeño en el interior, los acogió con amabilidad en su barco y navegaron con él hasta su hogar, la isla Sérifos.

Dictis fue de lo más hospitalario, los acomodó en su humilde casa, asegurando que podían quedarse el tiempo que desearan.

Dánae y Perseo pasaron muchos años en Sérifos, y no tardaron en descubrir que el rey de la isla, un tirano ambicioso e impertinente llamado Polidectes era hermano del bondadoso pescador que los había rescatado, no podían ser más diferentes.

Polidectes fue enamorándose poco a poco de Dánae, pero tenía un problema: Perseo, ese chico repelente y vanidoso siempre se metía en su camino. El rey tuvo una idea para librarse de él: le preguntó si sería capaz de entregarle la cabeza de Medusa, la gorgona. Polidectes sabía perfectamente que Perseo, que se consideraba el más fuerte, valiente y decidido no le negaría nada. Y así fue, Perseo aseguró que le traería la cabeza de aquella tal Medusa.

Ayuda divina. Las gorgonas.

El muchacho apenas sabía lo que había prometido, desconocía qué clase de criatura era una gorgona. Su destino habría sido con toda probabilidad muy distinto de no ser por los dioses Atenea y Hermes, que se aparecieron ante él y le explicaron en qué consistía aquello a lo que se enfrentaba, además de equiparlo con unas sandalias aladas y un casco que pertenecía al dios Hades y hacía invisible a aquel que lo llevara puesto.

Perseo llegó hasta la isla donde vivían aquellas criaturas, y encontró a las tres gorgonas dormidas. Sólo una de ellas tenía serpientes en lugar de cabello, sabía que esa debía ser Medusa. Lo más sigiloso que pudo, sobrevoló gracias a las sandalias de Hermes por encima de la gorgona, con su escudo y una guadaña, y evitando mirarla a los ojos para que no lo dejara petrificado, dio un certero golpe y decapitó a la pobre Medusa, que no había hecho nada malo en la vida, sólo pagó la rivalidad entre dos dioses.

Con rápidez, sostuvo la cabeza de Medusa y la guardó en su zurrón. De la sangre derramada de la gorgona nacieron Crisaor y el bello caballo alado Pegaso.

Las otras dos gorgonas, Esteno y Euríale, se despertaron ante tal revuelo, y trataron de atrapar a Perseo sin éxito. El joven huyó volando del lugar.

Andrómeda encadenada.

Perseo, feliz por su empresa cumplida con éxito, voló en dirección a Sérifos, pero mientras cruzaba el mar, vió algo que lo dejó sin habla. Había una bellísima joven completamente desnuda encadenada a una roca.

Perseo, embriagado ante la belleza, se acercó hasta aquella mujer y le preguntó quién era y cómo había acabado así. La joven, que se llamaba Andrómeda, le explicó su historia. Era la princesa de Etiopía, hija de Cefeo y Casiopea. Su madre, había cometido lo que los griegos llamaban hybris (cuando la arrogancia hacía que un mortal dijera que era mejor en algo que un dios), y Casiopea había dicho en voz alta que tanto ella como su hija eran más bellas que cualquier Nereida y Oceánide (ninfas marinas). Poseidón, dios del océano, se enteró y enfureció, envió a Ceto, un monstruoso dragón marino que arrasó la costa de Etiopía. Cefeo consultó al Oráculo y este aseguró que la única manera de librarse de aquel ser era entregar a su hija, por eso estaba allí, encadenada. Perseo no se lo pensó dos veces, mató al monstruo, liberó a Andrómeda y pidió su mano a los reyes, que se la concedieron, aunque la princesa ya estaba prometida a su propio tío, Fineo. Este, furioso, se enfrentó a Perseo, que se limitó a sacar la cabeza de Medusa de su zurrón, y lo petrificó en el acto.

Final feliz en Sérifos. La profecía se acaba cumpliendo.

Juntos y enamorados, la ya pareja se marchó a Sérifos. Polidectes debió quedarse blanco cuando vió que Perseo había regresado después de todo. ¿Querías la cabeza de Medusa? ¡Aquí la tienes! gritó Perseo, y se la enseñó al malvado Polidectes, que del mismo modo que Fineo, quedó petrificado en el acto.

Con el malvado rey convertido en piedra, la vida en Sérifos mejoró muchísimo: el honorable Dictis subió al trono con Dánae junto a él, pues los dos se querían de verdad.

Perseo y Andrómeda, con ganas de viajar y ver mundo, se marcharon al famoso reino de Argos. El fuerte Perseo participó en una competición de lanzamiento de disco. Era tan fuerte que calculó mal y el disco salió despedido fuera del estadio, y acertó en alguien del público. Perseo corrió hacia allí y encontró a un anciano con una brecha abierta en la cabeza que sangraba sin parar. Perseo se lamentó por lo ocurrido y pidió disculpas repetidamente al anciano, pero sorprendentemente, este reía, diciendo que había vencido al Oráculo, porque lo había matado un atleta y no su nieto. En efecto, este anciano no era otro que el rey Acrisio. La moraleja de esta historia es que no se puede burlar al poderoso Oráculo después de todo.

Después de aquello, Perseo y Andrómeda vivieron muy felices y tuvieron una hija y seis hijos, conocidos como los Perseidas, una lluvia de estrellas que podemos ver una vez al año.


Autora

Escrito por Laura Cabrera Guerrero para la Edición #133 de Enciclopedia Asigna, en 02/2024. Laura es estudiante avanzada en la carrera de Historia del Arte en la Universidad de Barcelona. Aficionada a leer y escribir sobre la historia, el arte, la mitología, la música y la literatura.