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Historia/mito de Pegaso

Laura Cabrera Guerrero
Historia del Arte
Pegaso es uno de los más célebres animales fantásticos de la mitología griega, un caballo alado, único en su especie (no debemos confundirlo con el unicornio, que es un caballo con un cuerno en su frente pero sin alas) y lo más parecido a una mascota de Zeus, el rey de los dioses. Aunque se lo relaciona especialmente con el héroe griego Belerofonte, que será aquel que lo eduque.

Un nacimiento peculiar

El nacimiento de Pegaso es atípico en todos los sentidos. Sus progenitores no son caballos ni criaturas similares a él, ya que es único en el mundo. Incluso podemos decir que no tiene padres como tal; Pegaso nació de la sangre derramada de la gorgona Medusa, cruelmente ejecutada por el héroe Perseo. Es bien sabido que la sangre de las gorgonas es muy poderosa, tanto letal como con efectos curativos, y además de estas cualidades, cuál sería la sorpresa de los presentes al contemplar cómo aparecieron Pegaso y también Crisaor, lo más parecido a su hermano, pero totalmente diferentes, ya que Crisaor era un gigante, raza inmortal que destacaba por su fuerza y agresividad en la lucha.

En este dibujo en gouache de Edward-Burne Jones titulado El Nacimiento de Pegaso y Crisaor (c.1877) podemos ver el momento exacto del nacimiento de ambos, Perseo acaba de decapitar a Medusa, sostiene su espada en una mano y la cabeza de su víctima en la otra. En el suelo, el cuerpo ya inerte de Medusa empieza a caer y del charco de sangre brota la pequeña figura de Crisaor, y más elevado el imponente Pegaso, con forma ya adulta y gigantescas alas.

La domesticación de Pegaso

Belerofonte, un héroe griego que según algunas versiones era hijo de Poseidón (el dios del Océano) y según otras del rey Glauco de Corinto. Una de sus hazañas más destacadas fue matar a la Quimera, y jamás lo hubiera conseguido de no ser por Pegaso.

Era necesario acabar con la Quimera, una criatura monstruosa que arrasaba cuanto tocaba, destruyendo poblaciones y engullendo todo el ganado de estas sin piedad. Belerofonte decidió aniquilarla, pero fue inteligente y, antes de afrontar semejante hazaña, visitó a un adivino para pedirle consejo. Dicho adivino, llamado Poliido, le recomendó buscar a Pegaso y capturarlo. Con aquella criatura única a su lado, Belerofonte tendría todas las de ganar.

Cuando el héroe encontró al imponente caballo alado, comprendió que se trataba de un ser salvaje, que no estaba acostumbrado a doblegarse ni obedecer las órdenes de nadie. ¿Cómo conseguiría montarlo?

Atenea, la diosa más astuta, y aquella que solía posicionarse del lado de los héroes que eran de su agrado, decidió ayudar a Belerofonte cuando vio la incertidumbre de este. Le entregó una brida de oro mágica para domarlo, y con este objeto y su insistencia, Belerofonte logró lo que proponía y domesticó a Pegaso.

La hazaña contra la bestia

Cuando Pegaso se acostumbró a Belerofonte y lo aceptó como su jinete, el héroe por fin pudo partir a lomos de él a por la Quimera. Cuando al fin encontraron al monstruo, Belerofonte comenzó a lanzarle flechas, sin ningún éxito, pues se trataba de una bestia muy resistente. Finalmente, se le ocurrió atacar con su lanza, que introdujo en la boca de la Quimera, que trataba desesperadamente de sacar aquello de sus fauces, incluso escupiendo fuego. El problema fue que, al estar la punta hecha de latón, lo que consiguió con el fuego no fue otra cosa que fundir el arma, y el metal líquido y ardiente fue bajando por su garganta y aquello acabó por aniquilar a la temible Quimera. Belerofonte, victorioso, huyó a lomos de Pegaso.

El tábano y la caída del héroe

Belerofonte, pese a sus éxitos, no tuvo un feliz desenlace. Cuantas más batallas ganaba junto a Pegaso, más invencible se sentía, y fue volviéndose cada vez más arrogante. Un gran error, teniendo en cuenta que los dioses lo sabían todo y tarde o temprano, el héroe pagaría por su orgullo.

El principio del fin de Belerofonte vino cuando, creyéndose a la altura de los dioses, decidió subir con Pegaso al mismísimo Monte Olimpo, el lugar que creía que le correspondía.

Zeus, el rey de los dioses, que lo observaba desde su trono, enfureció. ¿Cómo se atrevía a compararse ese mortal, por muy héroe que fuera, con cualquier divinidad? Haciendo uso de sus poderes, Zeus envió a un tábano, un insignificante insecto que voló hasta Pegaso y le clavó con crueldad su aguijón en el lomo.

Pegaso, cogido por sorpresa, y asombrado por el dolor de esa pequeña picadura, se encabritó, y por más que Belerofonte trató de calmarlo no lo consiguió, hasta que en una de sus fuertes sacudidas, el jinete perdió el equilibrio y se precipitó al vacío. Su propia ambición, o como suele denominarse en griego, hibris, supuso su fin.

Un buen final

¿Y qué fue de Pegaso? Siendo una criatura única y tan magnífica, es evidente que no compartió el desafortunado destino de Belerofonte.

Zeus se encariñó de él y ordenó que le construyeran un establo en el Olimpo, por lo tanto se convirtió en el caballo más afortunado.

Pegaso es uno de los equinos más famosos y popularmente conocidos que existen, podríamos hablar de otros como Bucéfalo (el caballo de Alejandro Magno), Babieca (el del Cid), Rocinante (el de Don Quijote) e incluso Othar (el de Atila, que decían que no la hierba no crecía por donde pasaba). Sin embargo, el resto de caballos son los habituales, ninguno alado como Pegaso.


Autora

Escrito por Laura Cabrera Guerrero para la Edición #131 de Enciclopedia Asigna, en 12/2023. Laura es estudiante avanzada en la carrera de Historia del Arte en la Universidad de Barcelona. Aficionada a leer y escribir sobre la historia, el arte, la mitología, la música y la literatura.