El Imperio bizantino se constituyó como la variante oriental del Imperio romano. El mismo, fundado oficialmente en el año 395 d.C., llegó a abarcar una superficie de alrededor de 3.400.000 km² en su máximo momento de esplendor. Su capital, situada en Constantinopla, fue uno de los grandes centros culturales y comerciales del período medieval. Si bien perduró por mil años más que el Imperio romano de Occidente, el Imperio bizantino cayó en el año 1453 tras la ocupación de la ciudad por parte del Imperio Otomano. La importancia de esta fecha es fundamental ya que ha sido retomada por diversos historiadores para señalar el paso de la Edad Media a la Edad Moderna.
Historia
Desde el año 235 d.C., el Imperio Romano comenzó a atravesar la llamada “crisis del siglo III” la cual generó dificultades tanto políticas como económicas. Ante esa situación, tras su ascenso al poder en el año 284, el emperador Diocleciano decidió dividir administrativamente al Imperio y estableció una tetrarquía por la cual se implantaron cuatro gobiernos que necesariamente debían responder al poder central del emperador.
Tras la muerte de Diocleciano, las disputas político-militares volvieron a surgir en el interior del Imperio. Las mismas fueron aplacadas por el emperador Constantino I, quien volvió a unificar al imperio y trasladó la capital a Bizancio (actual Estambul, Turquía) para reducir el peligro propiciado por las invasiones de los pueblos germanos. A pesar de aquel esfuerzo por la unificación, en el año 395, el Imperio quedó oficialmente dividido en Oriente y Occidente. Bizancio, luego llamada Constantinopla, pasó a ser la capital del primero.
Aunque el Imperio Romano de Occidente cayó en el año 476, el Imperio bizantino perduró alrededor de diez siglos más. De hecho, su apogeo fue durante el siglo VI, período en que el emperador Justiniano I realizó una serie de reformas legales e insistió en la avanzada militar, conquistando una gran cantidad de territorios de Europa, África y Asia.
Sin embargo, las constantes guerras llevaron a una grave crisis económica que diezmó a un tercio de la población de Constantinopla. Ello posibilitó que, entre los siglos VI y VII, las fronteras fueron constantemente asediadas por los invasores búlgaros, persas, eslavos y musulmanes. La consecuencia fundamental del constante hostigamiento fue la gran reducción del Imperio que pasó a ocupar ciertas zonas de Grecia, el sur de Italia y el Asia Menor.
A pesar de recuperar brevemente la prosperidad durante el gobierno de los reyes macedonios, para fines del siglo XIII el Imperio volvió a entrar nuevamente en crisis, debilitando otra vez la defensa fronteriza. Tal fue así que para el siglo XV, el Imperio estaba constituido casi únicamente por Constantinopla y sus alrededores. Ante esta situación de debilidad, el Imperio bizantino cayó finalmente en el año 1453 luego de seis semanas de asedio por parte de los turcos-otomanos.
Características
El Imperio bizantino tuvo sus características particulares que lo diferenciaron del Imperio Romano de Occidente. En primer lugar, el cargo del emperador, desde el siglo VII pasó a llamarse “Basileus”, constituyéndose en la principal figura política, militar y religiosa del Imperio. Se trataba de un cargo hereditario y vitalicio que ejercía el poder absoluto, aunque limitado por el poder de la ley que evitaba los actos tiránicos. Asimismo, el Basileus se encontraba rodeado por un grupo jerarquizado de funcionarios que constituía la burocracia imperial.
Respecto de sus características económicas, el Imperio bizantino poseía tres grandes fuentes de ingresos: la producción agrícola, el comercio, y el cobro de impuestos. En este sentido, fue fundamental su estratégica ubicación geográfica que situó a Bizancio como el paso obligatorio entre Asia y Europa en la ruta de la seda, constituyendo a Constantinopla como el centro de las redes comerciales medievales.
Por otro lado, el Imperio se caracterizó por el hecho de que su sociedad se estructuraba de forma piramidal y estaba atravesada por marcadas desigualdades. En la base se ubicaban los esclavos que eran comprados por medio del comercio. A ellos le continuaban los campesinos que constituían la mayoría de la población. En un escalón más elevado se ubicaban los artesanos y comerciantes. La cúspide de la pirámide estaba reservada para el emperador, su familia y sus funcionarios.
Finalmente, otra característica del Imperio bizantino fueron sus exclusivas obras artísticas y arquitectónicas. En ambos caos se trataba de medios para difundir mensajes religiosos y políticos. Normalmente se acudía a representaciones naturalistas mediante la aplicación de técnicas griegas y romanas, usando a los mosaicos de forma decorativa. Un ejemplo fundamental de la arquitectura bizantina lo constituye la iglesia de Santa Sofía, actualmente ubicada en Estambul, la cual fue por mucho tiempo la catedral más grande del mundo.