El hígado es una glándula de gran tamaño que cumple diversas funciones relacionadas con el metabolismo y el mantenimiento de la homeostasis química dentro del organismo. Se encuentra ubicado en la parte superior de la cavidad abdominal, hacia el lado derecho, por encima del páncreas y por debajo del diafragma, y protegido por las costillas.
Funciones del hígado
El hígado cumple con un gran número de funciones. Por un lado, cumple con una función exocrina produciendo una sustancia denominada bilis. Esta sustancia contiene iones, agua y ácidos biliares, que ayudan a la digestión de las grasas en el intestino delgado.
Por otro lado, el hígado cumple funciones metabólicas y de almacenamiento, al ser el órgano encargado de recibir la sangre cargada de nutrientes provenientes de la absorción en el intestino delgado. De acuerdo a la ingesta de alimentos que se haya realizado, en el hígado se almacenan los excedentes de azúcares y aminoácidos en forma de glucógeno, y también algunas vitaminas (A, D, E y K). El metabolismo de los aminoácidos en el hígado produce urea como desecho metabólico, que pasa a la sangre y es filtrada en los riñones, para ser eliminada a través de la orina.
El hígado es el punto de control de las concentraciones de diferentes sustancias en la sangre, como por ejemplo la glucosa, detectando excesos o deficiencias y actuando en consecuencia para mantener concentraciones estables (alrededor de 80 miligramos por cada 100 mililitros de sangre): ante una deficiencia, el glucógeno almacenado en el hígado se transforma nuevamente en glucosa y es liberado a la sangre y transportado a todas la células del cuerpo, mientras que ante un exceso ocurre lo opuesto.
En el hígado se degradan los excedentes de algunos lípidos como el colesterol, que es utilizado para la producción de los ácidos biliares de la bilis mencionados anteriormente, y también se producen varias proteínas plasmáticas importantes. Entre ellas, podemos mencionar a las lipoproteínas, las glucoproteínas, la protrombina, el fibrinógeno, algunas globulinas no inmunes y a la albúmina. Ésta última es un componente importante de la sangre que actúa sobre el balance hídrico entre ésta y los demás tejidos del cuerpo.
También, cumple funciones inmunológicas al ser uno de los puntos en los que células del sistema inmune inspeccionan las sustancias absorbidas tras la digestión, y en él se transforman sustancias a través de reacciones químicas que se producen específicamente en las células hepáticas, lo cual permite su excreción posterior. Tal es el caso de algunos medicamentos y el alcohol, por ejemplo.
En el hígado se degrada la hemoglobina que se libera tras la muerte natural de los glóbulos rojos de la sangre. Como desecho metabólico de esta reacción se produce bilirrubina que se elimina a través de la materia fecal, ya que pasa al intestino a través de la bilis mencionada anteriormente. La bilirrubina es la responsable del color marrón característico de la materia fecal.
Como se puede apreciar y se adelantó al comienzo de esta sección, el hígado cumple una gran cantidad de funciones enfocadas, en general, en el mantenimiento de la homeostasis química del organismo, ya que regula la cantidad y el tipo de sustancias que se encuentran en la sangre en cada momento.
Estructura del hígado
El hígado suele pesar entre 1,5 y 2 kilogramos, y presenta una forma similar a una pirámide acostada. Su capa más externa está formada por una cubierta serosa denominada peritoneo visceral. Inmediatamente, hacia adentro, encontramos una cápsula formada por tejido conjuntivo.
El hígado está subdividido en cuatro lóbulos: el derecho, el izquierdo, el cuadrado y el caudado. Los lóbulos se forman por la presencia de surcos en el órgano y se subdividen, a su vez, en lobulillos. Éstos últimos pueden ser entre 50.000 y 100.000 en todo el hígado, y contienen las células hepáticas, denominadas hepatocitos, formando lo que se conoce como el parénquima hepático. Los hepatocitos se encuentran, en general, dispuestos de manera radial desde una vena centrolobulillar ubicada en el centro de cada lobulillo, hacia la cual desembocan los capilares sinusoidales que los irrigan (ver más adelante).
El hígado se conecta con la vesícula biliar a través del conducto hepático. En la vesícula biliar se almacena la bilis producida por el hígado, que luego pasa a través del conducto cístico al intestino delgado (más específicamente al duodeno) para cumplir con su función digestiva cuando es necesario.
Irrigación hepática
El hígado tiene una irrigación sanguínea particular que le permite ejercer todas sus funciones.
Por un lado, es irrigado en un 75% por la vena porta que le provee sangre relativamente poco oxigenada pero cargada de nutrientes, ya que proviene directamente del tubo digestivo en donde se produce la absorción. La sangre transportada por la vena porta también contiene productos de degradación de glóbulos rojos provenientes del bazo, sustancias endocrinas (como la insulina y el glucagón) provenientes del páncreas, y sustancias tóxicas ingeridas y absorbidas en el tubo digestivo.
Por otro lado, el hígado es irrigado en un 25% por la arteria hepática, que transporta sangre oxigenada. Las ramas de la vena porta, de la arteria hepática y de la vía biliar, transcurren juntas en lo que se denomina tríada portal, a lo largo de todo el parénquima hepático.
La sangre proveniente de la arteria hepática se mezcla con la sangre proveniente de la vena porta justo antes de irrigar a los hepatocitos a través de los vasos sinusoidales. Por esta razón, las células hepáticas siempre están expuestas a sangre que no está completamente oxigenada.
Los capilares sinusoidales que irrigan a los hepatocitos desembocan en las venas centrolobulillares ubicadas en el centro de cada lobulillo, y desde allí, la sangre continúa su camino hacia las venas sublobulillares.
Finalmente, la sangre abandona el hígado a través de venas hepáticas que luego desembocan en la vena cava inferior.
Referencias bibliográficas
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