- Un oscuro pasado
- El que la sigue la consigue
- Descendencia, infidelidades, engaños
- La manzana de la Discordia
- Atenea y Hefesto
La infancia de Hera no fue de las mejores. Nada más nacer, su padre la devoró como hizo con el resto de sus hermanos: Hades, Deméter, Poseidón y Hestia. Todos excepto Zeus, el menor, al que la madre, Rea, consiguió ocultar, engañando a Crono, el padre.
El hermano más pequeño se crió alejado de su familia, y sólo cuando era ya suficientemente fuerte y se veía preparado para derrotar a su progenitor, sólo entonces fue a por él.
Zeus venció a Crono y rescató a sus hermanos. Tras la victoria, todo estaba a punto de cambiar.
Zeus se encaprichó de su hermana Hera, aunque todas ellas eran bellas, posiblemente fuera la más deslumbrante. Además, al dios le volvía loco su carácter fuerte y decidido. Se insinuó ante ella en varias ocasiones, a las que Hera respondía con indiferencia, dando negativas.
El dios, cada vez más atraído hacia su hermana debido a tanto rechazo decidió ir más allá, recurriendo a sus poderes. Se transformó en un cuco, pájaro que Hera acabaría adoptando como mascota.
Una cosa llevó a la otra, y los hermanos acabaron juntos. Se casaron por todo lo alto en el Monte Olimpo. Nadie podía sospechar que el matrimonio más perfecto de los dioses acabaría tan mal…
Hera y Zeus tuvieron tres hijos: Ares (dios de la Guerra), Hebe (diosa de la juventud), e Ilitía (diosa de los partos).
Vivían felices, el rey de los dioses amaba a su reina, sin embargo formaba parte de su naturaleza encapricharse de prácticamente todo ser viviente, por eso el matrimonio de ambos no pudo ser fiel, y Zeus engañó a Hera en innumerables ocasiones.
De todos los hijos bastardos que tuvo su marido, uno de los que más odiaba Hera fue Hércules, o Heracles. Trató de matarlo en varias ocasiones, sin éxito.
Uno de los mitos más famosos que incluyen a estos dos personajes fue la creación de la Vía Láctea. Esta historia cuenta que Zeus aprovechaba cuando Hera estaba medio dormida para colocar al pequeño Hércules en su pecho, y que amamantara de su madrastra, mientras la diosa, prácticamente dormida, pensara que era uno de sus verdaderos hijos. Pero un día, Hera acabó descubriendo el engaño, y enfurecida lo separó de su pecho, y un chorro de leche salió disparado hacia el cielo, fue así como se creó la Vía Láctea.
En el banquete de la boda de Tetis (divinidad marina) y Peleo (un rey mortal), los que serían los padres de Aquiles, hubo un conflicto que marcaría para siempre la historia y también a Hera, una de las protagonistas.
Invitaron a todos los dioses a este acontecimiento, olvidando (o tal vez adrede) a Eris, la vieja diosa de la discordia. Esta, gravemente ofendida por no recibir invitación, decidió hacer lo que mejor se le daba: generar discordia.
Por ello, voló sobre la ceremonia y lanzó una preciosa manzana dorada en el centro de la larga mesa, que cayó dando un golpe sordo. Todos los presentes enmudecieron en el acto. Sin pronunciar palabra, Eris se marchó por donde había venido.
Aquella fruta dorada era la más perfecta que jamás habían visto, y en ella se podía leer una inscripción: “τῇ καλλίστῃ”, que en griego significa “para la más bella”.
Al leer este mensaje, tres diosas se alzaron de la mesa casi al unísono: Hera, Atenea y Afrodita. Ambas se consideraban las más bellas, y las tres deseaban esa manzana, se creían merecedoras de ello.
Como no podían ponerse de acuerdo, se sugirió que alguien hiciera de juez y decidiera cuál de ellas debía ganar la manzana y esta competición. Las diosas se lo pidieron a Zeus, y él optó por lavarse las manos del asunto, pues estaba demasiado unido a las tres, especialmente a Hera, y no quería decidir tan delicado asunto.
Por ese motivo, Zeus pasó la difícil tarea a un mortal, el menor príncipe de Troya: Paris.
Cada diosa le ofreció diferentes sobornos a París, a cambio de su victoria.
Hera le prometió infinitas riquezas y poder, Atenea le aseguró que la fortuna estaría de su parte en cualquier batalla y Afrodita le dijo que le conseguiría el amor de la mujer más hermosa.
Paris, que era un joven presumido y enamoradizo, sin ningún interés por las guerras ni la política, optó por Afrodita, y le dio la manzana a la diosa del amor y la belleza.
Hera y Atenea enfurecieron, y le guardaron odio eterno a Paris. En consecuencia, cuando se produjo la Guerra de Troya, estas dos diosas se pusieron de parte de los griegos, y en contra de los troyanos.
La diosa Atenea es únicamente hija de Zeus, no fue engendrada por nadie más. El dios tenía terribles dolores de cabeza, y un día pidió a su hijos Hermes que le ayudara a abrir su cráneo, para ver qué problema había en su interior. Y de ahí surgió Atenea, ya adulta, equipada con su armadura.
Hera se quedó sin palabras cuando contempló la escena, y presa de los celos, decidió que ella no iba a ser menos que su marido, engendraría a un hijo también sola.
Y así nació el dios Hefesto, que ya desde bebé era feo y deforme.
Cuando Hera vio a la horrible criatura que había salido de ella, no se lo pensó dos veces y la lanzó desde el Monte Olimpo tierra abajo.
Hefesto regresó al Olimpo ya adulto, de su caída al nacer había quedado cojo de por vida, y seguía sin ser agraciado, pero todos esos años había aprendido a usar la forja, convirtiéndose en el mejor fabricante de armas y otros objetos.
Humilló a Hera como venganza por su rechazo, fabricó un hermoso trono en el que al sentarse la diosa, quedó atrapada, no podía ponerse en pie.
Finalmente, tal vez por el carácter atrevido que mostró Hefesto, o el orgullo de un hijo desterrado que no se rindió, Hera acabó haciendo las paces con él, y admirando su trabajo.