La confianza en uno mismo es considerada como una virtud saludable, pero si la autoconfianza es excesiva se convierte en vanidad. La persona que se siente muy orgullosa de sí misma y alardea de sus logros es un vanidoso.
En nuestro idioma hay muchos términos sinónimos, como pretencioso, arrogante, fanfarrón, soberbio, engreído o presuntuoso.
Al ser la vanidad una tendencia con mala fama socialmente, algunas personas pueden enmascararla con una falsa modestia. Así, frente a la modestia sincera y auténtica, existe la falsa modestia para camuflar la arrogancia del vanidoso.
Características de la persona vanidosa
Tiende a menospreciar a los demás y se cree que es superior a las personas de su entorno. Adopta actitudes altivas y con escasa empatía por sus semejantes. No acepta las críticas con facilidad y cree que está en posesión de la verdad.
Su forma de hablar y gesticular es normalmente prepotente y despreciativa. Popularmente se dice de él que «mira por encima del hombro».
Al vanidoso le gusta presumir de sus éxitos, cuida su imagen de una forma exagerada y muestra con orgullo desmedido sus bienes materiales. Asimismo, necesita ser halagado y admirado y llamar la atención de los demás. En síntesis, es alguien que anhela el triunfo personal por encima de todo.
En la tradición cristiana
En la Biblia no aparece una reflexión explícita sobre la vanidad. Tres siglos después de la muerte de Jesucristo un monje llamado Evagrio Pontico realizó el primer análisis sobre los pecados capitales, las conductas humanas con algún ingrediente vicioso e indeseable.
La vanidad es uno de los siete pecados capitales que fueron definitivamente descritos por el papa Gregorio Magno en el siglo VII d. C. Según la visión cristiana el pecado de la vanidad tiene un componente de corrupción. Se podría decir, que es un tumor espiritual que engendra todo tipo de males en el alma humana.
Desde un punto de vista teológico, el vanidoso se comporta como si no necesitara a Dios. Hay que recordar que la idea de vanidad en el cristianismo ya aparece con la figura de Lucifer, un ángel que quería ser el favorito de Dios porque se sentía superior a los demás ángeles y quería ser tan poderoso como el propio Dios.
El pecado de la vanidad conduce al narcisismo y a la competitividad permanente. Al mismo tiempo, se trata de una conducta que genera intolerancia, autoritarismo e insensibilidad. En definitiva, la vanidad es un espejismo peligroso que solamente puede combatirse fomentando la sincera humildad.