Si una persona dice la verdad en su vida diaria se afirma de ella que es sincera. De esta manera, la sinceridad como sustantivo indica la veracidad de algo, es decir, que las palabras que se dicen o las actitudes que se manifiestan no son falsas.
La sinceridad, que viene del latín sinceritas, es considerada una cualidad, una virtud moral. Se trata de un hábito y, por lo tanto, quien tiene esta actitud suele no ocultar información a los demás. En la mayoría de culturas, se valora positivamente el hecho de decir la verdad, ya que lo contrario es sinónimo de manipulación o de mentira.
La sinceridad es un valor moral con algunos matices
Los distintos planteamientos éticos, religiosos o culturales reconocen la conveniencia social de la sinceridad. Se podría hablar de una penalización del comportamiento opuesto. De esta manera, el mentiroso es rechazado por los demás, pues genera desconfianza. Por otro lado, presuponemos que los demás dicen la verdad en la mayoría de circunstancias. Si aceptáramos que los demás nos mienten por sistema la convivencia sería muy difícil. Sin embargo, el ser humano no tiene una plena garantía en relación con la sinceridad de los demás y, debido a ello, se crean herramientas para garantizar el cumplimiento de los acuerdos y de los pactos (por ejemplo, los contratos legales) o fórmulas para forzar el cumplimiento de la palabra (por ejemplo, los juramentos o las promesas). En la comunicación ordinaria «exigimos» a los demás que sean sinceros con nosotros (por ejemplo, cuando decimos a alguien que por favor nos diga la verdad).
Si bien la sinceridad es indiscutiblemente un bien moral. Esto no significa que siempre sea conveniente decir la verdad. En ocasiones, la verdad puede resultar ofensiva, dañina o perjudicial. En consecuencia, las actitudes sinceras no son necesariamente válidas en todos los casos. De hecho, no decimos siempre lo que pensamos, pues sabemos que puede resultar muy inconveniente desde un punto de vista social.
Al reflexionar sobre la sinceridad nos encontramos con un concepto complejo y que genera dudas, las cuales podríamos expresar como interrogantes:
¿debemos ser sinceros siempre?, ¿es útil la sinceridad?, ¿es legítimo mentir?, ¿debemos confiar en los demás?
La sinceridad no está exenta de paradojas lógicas y semánticas. De hecho, si alguien dice que miente, su mentira es verdadera (al decir que miente está diciendo la verdad) y, al mismo tiempo, si dijera la verdad estaría mintiendo, pues ha afirmado que miente. Otro ejemplo paradójico sería el siguiente: si un madrileño dice «todos los madrileños son mentirosos», el madrileño que lo afirma no es mentiroso.
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