Por estos días el continente americano vive una gran revolución como consecuencia de la elección del primer Papa de esas tierras, Francisco, y acompañando a ello, también ha suscitado el recuerdo de otros religiosos que desempeñaron el cargo y que supieron dejar su marca imborrable…
En tanto, uno de esos ha sido el Papa Juan XXIII, quien si bien ejerció el cargo durante un lapso breve, entre los años 1958 y 1963, supo dejar una huella imborrale gracias a su impronta personal, se lo llamaba popularmente el Papa Bueno y también en materia de política eclesial, ya que convocó el Concilio Vaticano II, uno de los acontecimientos religiosos que marcaría el siglo pasado por la gran convocatoria de diversas etnias que tuvo y también porque implicó la decisión de la iglesia de aggionarse en forma y en moral a los tiempos que corrían y que sin dudas lo demandaban.
Juan XIII o Angelo Roncalli, nació en el municipio italiano de Sotto il Monte, perteneciente a la Provincia de Bérgamo, el 25 de noviembre del año 1881.
Inclinado hacia la vocación religiosa y tras realizar los estudios correspondientes, es ordenado sacerdote a la edad de 23 años, cuando corría el año 1904.
Al año siguiente es designado como secretario del obispo de Bérgamo y también al poco tiempo comienza a desplegar una labor docente en el Seminario de Bérgamo.
Durante la Primera Guerra Mundial desempeñará una doble labor: como sargento médico, por un lado y luego como capellán.
Y ya para los primeros años de la década del veinte es llamado por el mismísimo Papa Benedicto XV para desempeñar un rol importante en la Iglesia Católica, como presidente en el Consejo de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.
Tiempo después, el Papa Pío XI , lo convierte en Arzobispo de Aerópolis, en Bulgaria.
Allí desempeñaría una notable tarea en lo que respecta al desarrollo y promoción de relaciones con otras comunidades eclesiales, por ejemplo, la Iglesia Ortodoxa.
Su trabajo en estas tierras fue tan notable que hasta se lo distinguió con el título de delegado apostólico en el año 1931.
A mediados de la década del treinta cambia de rumbo al ser designado como Arzobispo titular de Mesembria y debiendo entender en asuntos que involucraban a Grecia y a Turquía.
Otro hecho que lo distinguiría es su fuerte compromiso en la asistencia a miles de judíos durante la persecución del nazismo.
En 1944 recibe otro nombramiento importante, Pío XII, lo designa como nuncio apostólico en Francia con la clara misión de reorganizar ese espacio eclesiástico ciertamente castigado por la colaboración que los obispos habían tenido con el régimen nazi.
Su enorme carisma terminó por solucionar el cisma acaecido en la iglesia francesa e hizo enamorar a cientos de franceses.
En el año 1953 es designado Cardenal Presbítero y Patriarca de Venecia.
En el cónclave del año 1958 causa sorpresa al ser elegido por sus pares como nuevo Papa.
Su forma afectuosa y su decisión de caminar per se las parroquias de la diócesis romana hizo que los fieles se identificasen rápidamente con él.
Algunas de sus acciones más publicitadas fueron la mencionada convocatoria del Concilio Vaticano II, que se proponía aggiornar a la Iglesia, la excomunión de la Iglesia del líder cubano Fidel Castro y la santificación del primer religioso negro: San Martín de Porrés.
En mayo de 1963 se confirma su grave estado de salud y a los pocos días, el 3 de junio del año 1963, fallece en la Ciudad del Vaticano.
Tenía 81 años.