Cuando hablamos de un Estado laico nos referimos a aquel que se caracteriza por garantizar el derecho a la libertad de culto a todos sus ciudadanos sin que su religión implique una diferencia ante la ley. Así, este tipo de Estado no discrimina según el culto pero tampoco toma postura por ninguno de ellos al momento de elaborar leyes y diseñar políticas públicas.
Sin embargo, definir un Estado laico es complejo ya que, como su conformación fue parte de un proceso histórico, existen Estados que no cuentan con una religión oficial pero que, sin embargo, continúan respetando ciertas festividades religiosas. A su vez, hay Estados que poseen una religión oficial por cuestiones históricas pero en la práctica los fundamentos legales son los pautados por la soberanía popular.
El Estado laico surgió como institución a raíz de las Revoluciones Burguesas de fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Esto fue así porque las mismas favorecieron la secularización al basar la autoridad política en la soberanía popular y no en parámetros de tipo religioso como había sucedido hasta entonces.
Orígenes
Un Estado laico es aquel que garantiza la libertad de cultos. En este sentido, el origen ideológico del mismo proviene de la doctrina filosófica liberal que establece que todas las personas son libres por naturaleza y que el único límite a la libertad personal es el respeto por las libertades ajenas. De esta forma, un Estado laico respeta la libertad de las personas para ejercer la religión que deseen, a la vez que garantiza que todos los ciudadanos tengan igualdad ante la ley, sean de la religión que sean.
Respecto de su surgimiento histórico, cabe señalar que durante la Edad Media, la mayor parte de los Estados eran de tipo confesional, es decir, que contaban con una religión oficial y, por lo tanto, el clero intervenía en la toma de decisiones políticas. Sin embargo, el paso a la Edad Moderna, marcado por la proliferación de Revoluciones Burguesas, favoreció la secularización. La razón de ello estuvo dada por el hecho de que el poder político dejó de estar legitimado por la divinidad y pasó a basarse en la soberanía popular, es decir, en el poder del pueblo. En otras palabras, el laicismo jugó un rol importante en la construcción de los Estados modernos.
Características
En la actualidad, la mayoría de los Estados son de tipo laico. De hecho, alrededor de 160 países miembros de las Naciones Unidas se reconocen a sí mismos como tales. Esto significa que dichos países se caracterizan por garantizar derechos a todos sus ciudadanos, practiquen la religión que practiquen. En otras palabras, no se ejerce discriminación por practicar una religión aunque tampoco se promueve la práctica de ningún credo.
Es de destacar que un Estado laico, en general, no cuenta con una religión oficial. No obstante, hay ciertos Estados que se reconocen a sí mismos como laicos, pero en ellos perduran ciertas cuestiones religiosas como la celebración de festividades. De modo contrario, existen Estados que no se han separado de la iglesia en términos oficiales pero se sustentan en la soberanía popular, es decir que la religión no rige la toma de decisiones en cuanto al diseño de políticas publicas.
Sin embargo, el punto fundamental consiste en que, posea o no una religión oficial, un Estado laico debe necesariamente garantizar la libertad de cultos. Por esa razón, es preciso tener en cuenta que un Estado laico no es lo mismo que un Estado ateo. Este último no garantiza la libertad religiosa ya que se oponen directamente a la práctica de cualquier culto.
Finalmente, el Estado laico se caracteriza porque ni la moral ni las leyes del mismo deben estar regidas por parámetros religiosos. En este sentido, la burocracia que forma parte del Estado tiene, como todos los ciudadanos, la libertad de vivir según los parámetros religiosos que desee pero, al momento de ejercer su cargo público debe respetar los principios del laicismo con rigurosidad.