Una emoción es una respuesta de nuestro organismo ante un estímulo externo. Las relaciones con los demás o los acontecimientos que nos rodean producen un impacto en nosotros, el cual se traduce en algún tipo de emoción.
La emoción que sentimos (por ejemplo, de tristeza ante una mala noticia), tiene unas consecuencias fisiológicas (un temblor en la voz, palidez en la cara o un cambio en el gesto). Por otra parte, existen consecuencias psicológicas, es decir, los sentimientos que permanecen como resultado de alguna emoción. Emociones y sentimientos están estrechamente unidos. Los primeros son más intensos y los segundos más duraderos. Veamos esta relación con un ejemplo. Un trabajador tiene miedo de ser despedido. Esta emoción se traduce en un sentimiento de intranquilidad y desasosiego.
A una emoción positiva le corresponde un sentimiento igualmente positivo y lo mismo sucede en un sentido inverso. Entre las emociones más deseables podríamos destacar la felicidad (motivada por una buena noticia) y el disgusto sería una totalmente opuesta. Entre ambas habría un tipo de emoción peculiar, la sorpresa, que puede tener tener un sentido favorable o desfavorable en función del tipo de sorpresa.
Las emociones no solamente dependen de las circunstancias externas, puesto que la personalidad y el carácter del individuo son factores que afectan a las emociones. Incluso las tradiciones culturales tiene una clara influencia sobre ellas. Pensemos, por ejemplo, en la cultura japonesa, en la que no se tiene la costumbre de mostrar las emociones y hay una tendencia al control de las mismas.
Desde algunos planteamientos de la psicología se defiende el concepto de la inteligencia emocional. La inteligencia no es una mera cuestión de coeficiente intelectual, sino que la gestión de nuestras emociones es un signo inequívoco de nuestra capacidad como individuos. Por este motivo, las emociones son valoradas como un mecanismo de adaptación interior en relación con lo que ocurre en el exterior.
Las emociones se pueden entender como algo privado, aunque al mismo tiempo se manifiestan de una manera colectiva. Y no hay que olvidar, que lo emocional forma parte del arte y está presente en múltiples facetas de la vida (el marketing, el deporte o la política). De hecho, la valoración positiva o negativa que hagamos sobre un aspecto depende en gran medida de nuestro impacto emocional.
Hay creencias religiosas y espirituales (el budismo sería una de ellas) que aspiran al control de las emociones. En lugar de ser dominados por ellas, proponen el autodominio, el equilibrio interior como protección ante el mundo de las emociones.