La idea que en esta entrada se va a analizar es interesante porque se trata de un concepto que está muy presente en la comunicación. No en el sentido de que se emplee a menudo, sino porque está implícito en las relaciones interpersonales.
La buena fe es la supuesta intención positiva de lo que se dice o se hace. Al decir algo, podemos hacerlo de dos maneras: con buena intención o sin ella. En el primer caso, actuamos de buena fe, es decir, pretendemos hacer el bien y no lo contrario. Actuar de mala fe significa que nuestro propósito no es loable, sino que tiene un fin egoísta y claramente negativo hacia los demás. Es muy difícil saber cuándo alguien actúa con mala fe, ya que esta actitud se disimula aparentando lo contrario, la buena fe. Esta dificultad es equivalente a la que existe entre el bien y el mal, la verdad y la mentira.
En el ámbito del derecho, se emplea este concepto en un sentido general, puesto que a cualquier norma o ley se le atribuye una intención positiva, ya que se han elaborado para hacer el bien. El derecho incorpora el principio de buena fe y está presente en cualquier expresión normativa. Pongamos un ejemplo concreto. Los representantes de los trabajadores y los empresarios firman un convenio que regula una actividad laboral. Al firmarlo, ambas partes se comprometen a cumplirlo y este compromiso existe porque se aplica el principio de buena fe; lo cual significa que, salvo que se demuestre lo contrario, los firmantes del acuerdo quieren cumplirlo, aplicarlo y no hay razones ocultas por ninguna de las dos partes.
El principio de buena fe que se utiliza en derecho se parece a la presunción de inocencia. No se trata de que alguien sea o no inocente, sino que, de entrada, se presume que lo es mientras no se demuestre lo contrario. Igualmente, no se trata de que un acto jurídico sea positivo o no, sino que a cualquier acto jurídico se le atribuye una bondad inicial. Esta atribución o presunción es una forma de entender la ley y sus aplicaciones.
Un enfoque distinto de esta idea, se refiere a su uso como coartada para eludir una responsabilidad. De nuevo, un ejemplo puede ser de utilidad. Alguien ha originado un mal a otra persona, ha firmado un documento que perjudica claramente al otro. Si este problema se lleva ante los tribunales, el firmante puede alegar ignorancia y decir que actuaba de buena fe, pensando que estaba haciendo el bien y no el mal. La buena fe como excusa, como coartada o como justificante de nuestros errores es un recurso muy habitual. Al mismo tiempo es un buen mecanismo de defensa que expresa una idea contundente: no me descalifiques por mi error porque mi intención era totalmente positiva y, por tanto, la acusación es injusta.
La acusación de mala fe se considera muy grave. Supone atribuir a alguien un grado de maldad en relación con un comportamiento determinado.