Cuando se produce algo inexplicable, sorprendente o raro se provoca en nosotros una sensación de extrañeza, el asombro. Decimos que estamos asombrados cuando un acontecimiento nos causa un cierto impacto emocional o una sensación de extrañeza.
Situaciones de asombro
Una sorpresa es por definición algo inesperado y el hecho de no ser previsible causa normalmente asombro. Las cosas cotidianas y rutinarias y las sensaciones de monotonía son cuestiones opuestas a todo aquello que resulte asombroso.
Ciertos fenómenos de la naturaleza son excepcionales y al observarlos podemos sentir asombro. Así, sucede con la aurora boreal o el arco iris u otros fenómenos atmosféricos poco frecuentes. Estos ejemplos nos sirven para recordar que lo normal y previsible es incompatible con el asombro.
La idea de asombro tiene dos dimensiones, una positiva y otra negativa. Así, recibir un regalo o una buena noticia o contemplar una imagen de gran belleza producen un asombro que resulta gratificante. Por el contrario, las malas noticias inesperadas o las situaciones alarmantes causan asombro en un sentido negativo.
Desde el punto de vista de las emociones, el asombro está vinculado a la fascinación, al desconcierto o al sobrecogimiento.
El asombro y el origen de la filosofía
Algunos pensadores sostienen que la idea de asombro está muy presente en el surgimiento de la filosofía como disciplina. En los orígenes de la filosofía occidental los primeros filósofos griegos (los presocráticos) observaron la naturaleza con una nueva mirada. Dejaron de pensar que los elementos míticos eran la causa de los fenómenos naturales y observaron la naturaleza con una actitud de asombro. Esta actitud implicaba dejarse sorprender por todo lo que ocurría, pues de algún modo todo tiene una dimensión asombrosa. La perspectiva del asombro es una forma de conocimiento que representa un camino a seguir.
Si pensamos en lo opuesto al asombro nos encontramos con conceptos como la indiferencia, la apatía o la impasibilidad, todas ellas ideas contrarias al conocimiento y a la búsqueda de la verdad.
El origen de la filosofía no se puede atribuir a la capacidad de asombro como única causa, pues no hay que olvidar que también se dieron otras circunstancias (nuevas formas de entender la política, la ineficacia de los mitos para explicar la realidad o el contacto de los griegos con otras culturas también fueron factores determinantes).