La educación en un sentido general es uno de los aspectos de la vida de mayor relevancia. Durante siglos, se ha hablado de un concepto clave en relación con ella: la alfabetización. Se trata de una idea sencilla: saber leer y escribir. Se ha considerado que estas habilidades son básicas, tanto en lo individual como colectivamente. Sin embargo, en los últimos años ha aparecido un nuevo concepto, la alfabetización emocional. Como su nombre indica, consiste en la consideración de los aspectos emotivos dentro de los procesos de aprendizaje ( también se utiliza el término inteligencia emocional ).
Es indiscutible el papel social de la alfabetización, pero también lo es aprender a gestionar correctamente el conjunto de emociones personales. El ser humano tiene una capacidad intelectual y ésta debe formarse en todos los planos. A lo largo de la enseñanza, los escolares aprenden todo tipo de materias, las cuales les sirven como herramientas culturales, científicas y técnicas. Algunos teóricos de la educación entienden que lo estrictamente racional no es suficiente para que un individuo sepa afrontar los retos que la vida le presentan. Por este motivo, hacen hincapié en la necesidad de crear dinámicas e instrumentos válidos para que el plano emotivo tenga un adecuado enfoque.
Nuestras emociones son muy diversas y tienen una influencia notable en el desarrollo personal. Tenemos temores, conflictos con los demás y sentimientos diversos e incluso contradictorios. Todo ello forma parte de la persona y no es razonable que esté al margen del ámbito académico. Sería deseable que la planificación educativa incluyera elementos emotivos, en el sentido de que los niños y jóvenes aprendieran a encauzar su dimensión anímica como individuos.
Los sistemas educativos no tienen un proyecto definido sobre la alfabetización emocional, aunque ya existe la inquietud de incorporarlo a la realidad de la enseñanza.
Aprender matemáticas, informática, inglés o geografía es útil y nadie puede discutirlo. De la misma manera, aprender a ser felices, a relacionarnos con los demás y a evitar conflictos innecesarios también debería ser valorado como una potente herramienta. El bienestar individual tiene una dimensión externa: una formación que se concreta en un título, unas actividades de ocio y unos bienes materiales. Si además somos capaces de alcanzar la satisfacción interior porque sabemos encauzar nuestra emotividad, consiguiremos un mayor grado de plenitud y de felicidad.