Quien defiende sus opiniones de forma apasionada y enérgica es alguien vehemente. El sustantivo vehemencia equivale a otros, como entusiasmo o intensidad. La vehemencia como actitud personal puede ser valorada positivamente, pero en algunos contextos se trata de una forma de comportamiento muy inadecuada.
En un sentido positivo
El orador que comunica sus ideas con vehemencia trasmite a los demás una actitud comprometida. Su forma de hablar es entusiasta y vital y con ella consigue normalmente llamar la atención de quienes le escuchan. Por lo general, un discurso frío y desapasionado es menos convincente que otro vehemente.
El líder político que se dirige a sus seguidores con un tono enérgico sabe que sus gestos y palabras provocan un efecto estimulante. Algo muy similar le ocurre al entrenador deportivo, que se dirige a sus deportistas con vitalismo para provocar en ellos una reacción ardorosa que les proporcione el triunfo. En ambos casos, la vehemencia pretende generar un efecto contagioso y estimulante.
En un sentido negativo
En ciertos contextos sociales las actitudes vehementes son desaconsejables. Este tipo de conductas van acompañadas de una elevación en el tono de voz y de una intensidad emocional y ambas características resultan inapropiadas en muchas situaciones. Así, en una reunión de vecinos o en una conversación entre compañeros de trabajo, puede ser muy inconveniente recurrir a la vehemencia como forma de comunicación.
Las palabras dichas con fogosidad producen en los demás reacciones intensas que a veces se acaban convirtiendo en actos violentos.
Una cuestión cultural
Hay pueblos que se caracterizan por su apasionamiento, mientras que otros tienen actitudes más frías y sosegadas. Así, españoles, italianos, argentinos o griegos son ejemplos de pueblos con una tendencia a la vehemencia en muchas de sus manifestaciones sociales.
Por el contrario, en los países del norte de Europa, en Japón o en las naciones con una tradición budista, las conductas vehementes están mal vistas socialmente. En este sentido, la flema británica es la antítesis de la efusividad de los latinos.
Dionisíaco y apolíneo
La creación artística también puede ser valorada como vehemente si el creador intenta comunicar entusiasmo y vitalidad a través de su obra. El filósofo Friedrich Nietzsche distinguió entre la cultura dionisíaca y la apolínea. La primera se caracteriza por su intensidad y vitalidad y, en consecuencia, por su vehemencia. Las manifestaciones culturales apolíneas pretenden comunicar la idea de equilibrio y de racionalidad, todo lo contrario de la vehemencia.