Satrapía comprende un sistema de división territorial.- En la historia de Oriente, uno de los imperios más grandes que se conoce fue el de los persas, también llamados aqueménidas. Este imperio consolidó uno de los territorios más extensos y organizados de la Antigüedad que sólo pudo ser superado por el imperio romano. Esta vasta unidad política debía funcionar a partir de una compleja red de funcionarios e instituciones que controlaban y supervisaban todas las acciones importantes a ser desarrolladas.
Un enorme imperio no puede quedar en manos de cualquiera
Como ha ocurrido con todos los grandes imperios de la historia, el imperio persa debió organizar sus territorios en forma sistemática y lógica. A medida que el imperio fue creciendo y la ciudad capital (que en algunos momentos fue Susa, en otros fue Persépolis) quedaba cada vez más lejos de las nuevas tierras incorporadas, fue necesario dividir al imperio en satrapías o provincias donde hubiera funcionarios confiables a cargo que llevaran a cabo todos los pedidos del emperador. Las satrapías eran territorios muy grandes a su vez y estaban todas conectadas entre sí a partir de caminos y carreteras muy complejas.
La tolerancia es otra forma de la coherencia
Si bien los persas son conocidos como un pueblo altamente guerrero y militar, la realidade es que en el día a día terminaban siendo un pueblo mucho más tolerante que otros. La mayoría de los reyes persas importantes mantuvieron una política de tolerancia hacia los pueblos que conquistaban, lo cual les permitía controlar sus territorios militar y políticamente sin necesitar ejercer sobre ellos una permanente violencia.
Cada satrapía se diferenciaba de las demás porque solían incluir los territorios de uno o más pueblos en los que funcionaban instituciones diferentes. Los persas se encargaban de mantener el orden político, militar y económico (con la cobra de impuestos) pero permitían a las sociedades conquistadas profesar su religión o mantener sus costumbres.
Las maneras de controlar una traición
Aunque era el mismo emperador quien elegía y colocaba a los gobernadores de las satrapías en sus puestos (a los que se conocía como sátrapas), muchas veces estos cometían actos deshonrosos y por tanto el emperador contaba con un ejército de detectives ocultos a los que mandaba esporádicamente a las diferentes satrapías para que observaran el comportamiento del funcionario y detectaran alguna posible traición.
Sabiendo la existencia de este sistema, los sátrapas rara vez se animaban a enfrentar al emperador, poner en duda sus decisiones o actuar en su contra, incluso los que gobernaban en las satrapías más alejadas de la capital.