El Romanticismo es una corriente cultural europea surgida a finales del siglo XVIII. Su foco principal se sitúa en Alemania, y parcialmente en Inglaterra, aunque no tardó en extenderse por el resto de países de Europa.
Lo que buscaba este movimiento era romper radicalmente con la corriente anterior, el Neoclasicismo. Algunos artistas, intelectuales, o autores estaban ya cansados de la contención e incluso frialdad neoclásica o de la Ilustración, por eso quisieron desarrollar una nueva corriente donde predominara el sentimiento, la espiritualidad y nuestra conexión con la naturaleza, en una época donde (a causa de la Revolución Industrial), se había ido generando un gran distanciamiento con el entorno natural.
Veníamos de una época donde el triunfo se debía a la objetividad, pero con el Romanticismo ocurrirá lo contrario: la subjetividad cobra un protagonismo absoluto. Aunque, irónicamente, el movimiento tiene sus orígenes en la propia Ilustración, donde ya reconocían la dualidad del ser humano, y es que todos nosotros tenemos una parte racional e irracional. Mientras que la Ilustración prestaba especial atención a la racional, queriéndose centrar en las reglas, el orden y la educación, el Romanticismo pondrá su foco en la irracional o emocional, aquella parte más salvaje, soñadora e impredecible de cada ser humano.
La primera disciplina cultural o artística en la que se manifiesta el Romanticismo es en la literatura, haciendo hincapié en la poesía, ya que es la forma literaria que logra expresar mejor el sentimentalismo de los autores. Los poetas estaban interesados en el “yo”, sus versos nos transmiten su estado de ánimo a través de metáforas del estado de la naturaleza.
Algunos de los autores más destacados de la época fueron Edgar Allan Poe, con sus relatos de misterio y terror, Mary Shelley y su obra inmortal Frankenstein o El moderno Prometeo, Gustavo Adolfo Bécquer con sus rimas y leyendas o José de Espronceda con sus poesías sobre piratas, la idea de la libertad, y ciertos temas lúgubres relacionados con la muerte.
En el arte, este movimiento se desarrolla principalmente en el campo pictórico. El Romanticismo no presentará una gran novedad respecto a los temas, sino en cuanto al tratamiento de estos.
La mayoría de artistas románticos, siempre tan nostálgicos, no se sentían en absoluto identificados con la época que les había tocado vivir. Más bien al contrario, creían estar fuera de lugar, en un momento sucio, feo, gris. Y esto les ocurría especialmente a los artistas de las grandes ciudades como Londres. En los últimos años del siglo XVIII, Londres ya era una ciudad industrializada y muy contaminada por el humo de las fábricas. Los artistas románticos, espantados por el ruido y el ambiente urbano, deseaban con todo su ser una brizna de hierba, respirar aire puro.
Autores determinantes
Uno de los artistas más célebres y representativos de este movimiento, agobiado a más no poder por su Londres natal fue Joseph Mallord William Turner (1775 – 1881). Se especializó en la pintura de paisajes, de hecho logró darle un gran protagonismo a este género hasta el momento menor. Sus composiciones, cargadas de una gran luminosidad y acierto por el maravilloso dominio que tenía de la paleta cromática, eran mayoritariamente escenas marítimas, pues Turner sentía predilección por el mar, y la mayoría de ellas buscaban mostrar la naturaleza sublime, es decir, la naturaleza embravecida, peligrosa, fuera de control… aquello que más gustaba a los románticos. Una naturaleza de catástrofe, imposible de domesticar.
En El Temerario remolcado para ser desmantelado (1838, National Gallery de Londres), pintura de Turner, vemos muy bien esa idea de un romántico frustrado como fue este artista. Un bello buque de guerra, que había tenido un importante papel en la marina inglesa, está a punto de ser desmantelado y llevado al desguace por un barco de vapor, mucho más feo y simple, del que sale un humo oscuro.
Si nos vamos a Francia, encontramos artistas románticos destacados como Theodore Géricault (1791 – 1824) o Eugene Delacroix (1798 – 1863).
La Balsa de Medusa (1819, Museo del Louvre, París) es la gran obra de Géricault. El artista se basó en una terrible catástrofe que se produjo en su época, recopiló toda clase de información y realizó muchos estudios para crear esta pintura. Mediante una composición piramidal, nos muestra la balsa llamada Medusa, a la deriva, con algunos de los personajes subidos a bordo ya sin vida, y los que quedan han visto un barco en la lejanía, y tratan de llamar la atención para salvarse. Es el último rayo de esperanza para estos hombres, que a pesar de sus esfuerzos acabarán pereciendo. Géricault se inspiró en grandes maestros como Michelangelo Buonarroti para la anatomía, o Caravaggio en el tenebrismo de la escena.
Algo posterior es Delacroix, el más digno sucesor de Géricault. Una de sus obras más famosas es La Libertad guiando al pueblo (1830, Museo del Louvre, París). El lienzo muestra el ideal romántico de la libertad, en una pintura también piramidal (muy inspirado en Géricault), donde el pueblo francés, unido, forma una barricada y lucha por esa ansiada libertad. Otra característica romántica es el orgullo de la nación. Destaca la figura de la mujer, medio desnuda, que ondea la bandera de Francia y lleva un gorro frigio en su cabeza (símbolo republicano). Esta mujer no es real, se trata de una alegoría que representa, en efecto, la idea de la Libertad, aquello que los franceses deseaban alcanzar.
En definitiva, el Romanticismo es un movimiento artístico y cultural que, aun a día de hoy, nos cautiva con su gusto por el individualismo, la irracionalidad, y también otras características notables, como la recuperación de la Edad Media (pero el mundo medieval en el sentido legendario, de castillos, caballeros y princesas), el ocultismo, el drama que se originó en el Barroco y el gusto por el exotismo, ya que algunos artistas tuvieron el privilegio de viajar al mundo oriental y quedaron fascinados con aquellos lugares y las vidas aún tan primitivas y cercanas a la naturaleza, sin fábricas ni máquinas que valgan.