Dentro del estudio de la lengua y la literatura, hay una gran variedad de ramas y aspectos que son analizados por los entendidos: semántica, lingüistica, sintaxis, morfología o figuras literarias, son algunos de los elementos que forman parte de este conocimiento.
Las figuras literarias son las maneras que hay de expresar las ideas. Hay muchas figuras: la metáfora, la metonimia, la sinécdoque, el símil y, una de ellas, es la personificación, que también recibe el nombre de prosopopeya.
Consiste en atribuir cualidades o características propias de las personas a cosas u objetos. Es una forma de humanizar las entidades inanimadas. Esta figura literaria es un recurso muy habitual en la poesía, donde su uso aporta un significado singular y muy expresivo.
Pensemos en la descripción de los elementos naturales. Un árbol puede ser generoso porque da una gran cantidad de frutos. El mar quieto es descrito como tranquilo. Las nubes blancas son simpáticas bolas gigantes para que los niños se entretengan. Los calificativos que reciben el árbol, el mar y las nubes son características exclusivas del género humano.
La personificación es una descripción lógica, ya que solamente los humanos tenemos un lenguaje y es natural que describamos las cosas que nos rodean mediante sentimientos o valoraciones que pertenecen a la mentalidad humana.
Con la personificación, los objetos adquieren otra dimensión. Se convierten en elementos más cercanos, más adaptados a nuestros esquemas mentales.
Hay un subgénero literario, la fábula, que incorpora esta figura como hilo conductor en su narración. En la fábula se cuentan historias de animales y éstos tienen su personalidad y carácter; no son descritos como animales sino como si fueran personas. Este tipo de narraciones son muy valoradas por el lector infantil, quien comprende mejor el contenido de lo que está leyendo gracias a la personificación de unos animales.
En el lenguaje corriente son utilizadas con mucha frecuencia y lo hacemos de una manera inconsciente. Se dice que un coche es simpático, que una casa es amable o que un reloj es divertido. Esta adjetivación de los objetos es igualmente una personificación.
No es simplemente una cuestión de lenguaje, sino que el origen de la personificación se debe a la manera de entender el mundo. Todo lo que nos rodea se relaciona con nosotros que, a su vez, acabamos proyectando nuestras ideas sobre cualquier elemento de nuestro entorno. De hecho, durante siglos se creyó que el hombre era el centro del universo ( antropocentrismo ), lo cual es una forma peculiar de personificar el mundo.