
Su padre, Ludovico, desempeñaba el cargo de podestá de la República Florentina (en aquella época Italia no era tal y como la conocemos en la actualidad, estaba organizada en ciudades Estado) y su madre Francesca de Neri, falleció cuando su hijo apenas tenía los seis años, tras una larga enfermedad.
Debido a la muerte prematura de su progenitora, Ludovico decidió llevarlo a Settignano, un pintoresco pueblecito, típico paisaje toscano, a las afueras de Florencia. Allí se criaría con una nodriza, pues el padre, pensando lo mejor para su hijo, decidió que necesitaba una presencia femenina para su educación.
Resultó que la madre adoptiva con la que fue a parar el pequeño, era hija y mujer de picapedreros, por lo que Miguel Ángel, ya desde la infancia, entró en contacto con el mármol y aquellos que lo extraían de las pedreras, y quedó inmediatamente fascinado con este mineral mágico y aquellos lugares blancos y brillantes de donde salía.
La formación artística de Miguel Ángel empieza con la escultura. Debemos tener en cuenta, que dominaba a la perfección las tres disciplinas artísticas por excelencia: arquitectura, escultura y pintura. Sin embargo, él mismo, ante todo, se consideraba escultor, y este fue el campo en el que su obra resultó más prolífica y extensa.
Cuando aún era muy joven, comenzó a frecuentar el jardín de los Médici, la familia más poderosa de Florencia durante todo el Renacimiento. Este imponente jardín fue idea de Lorenzo de Médici, también conocido Lorenzo el Magnífico, gran promotor y amante de las artes, que hizo situar diversas esculturas antiguas, sobre todo romanas, a la intemperie en dicho lugar, para que aquellos jóvenes que deseaban convertirse en artistas pudieran contemplar algunos modelos de la Antigüedad. Además, improvisó un taller y contrató a un escultor relativamente talentoso, llamado Bertoldo di Giovanni, para que orientara a aquellos muchachos interesados en el arte. Miguel Ángel fue uno de ellos, que no tardó en destacar por encima de todos los demás, convirtiéndose rápidamente en el favorito del tutor y despertando rivalidades y celos hacia él en sus compañeros. Uno de estos, el futuro escultor Pietro Torrigiano, fue demasiado lejos y de un fuerte puñetazo le rompió la nariz a Miguel Ángel. “Ahora llevará mi firma de por vida en su rostro”.
Bertoldo di Giovanni puso en conocimiento de Lorenzo el asombroso talento que mostraba uno de sus jóvenes alumnos, y este enseguida quiso conocerlo. Le ofreció un salario, y quiso que viviera con él en palacio y recibiera la misma educación humanista que sus hijos. Como Miguel Ángel aún era pequeño, debían pedir permiso a su padre para el traslado al Palacio de los Médici. Ludovico, sabiendo que no recibiría mejor educación posible que en el hogar de la familia más rica de la ciudad, aceptó de buen grado y permitió que su hijo aprendiera con los Médici.
Introdujeron al prometedor artista en el taller de Domenico Ghirlandaio, uno de los pintores florentinos más exitosos a finales del siglo XV, y aquí, evidentemente, entró en contacto con el mundo de la pintura, hasta ahora un género desconocido para él. Aprendió a pintar y a utilizar la técnica del fresco, que le vendría muy bien en el futuro para las pinturas de la Capilla Sixtina.
Sin embargo, su estancia en dicho taller fue breve, siguió centrándose en la escultura, que era lo que más despertaba su interés. Se atribuye a Miguel Ángel la frase: Ho visto un angelo nel marmo e ho scolpito fino a liberarlo, que significa “He visto un ángel en el mármol, y lo he esculpido hasta liberarlo”. Esta breve afirmación aclara las ideas del artista, que consideraba la escultura como un arte de vaciado. La figura del ángel, la madona, el héroe o lo que fuera estaba siempre ahí, escondida, atrapada en el bloque. Según Miguel Ángel, la faena de todo escultor era golpear con su cincel en los lugares adecuados hasta que las figuras aparecieran completas y liberadas.
Estuvo un tiempo en Bolonia, pero los lugares principales para los que trabajó fueron Roma y Florencia. En el siglo XV el esplendor renacentista surge en Florencia, pero a partir del siglo XVI, Roma le roba gran parte de este protagonismo, y muchos artistas (los mejores) acudirán al centro del Cristianismo a trabajar, en una época donde el arte es principalmente religioso o en ocasiones mitológico, siguiendo los modelos de la Antigüedad Clásica.
Los encargos más importantes en la vida de Miguel Ángel, por mucho que a él le pesara, son los que le ordenó el Papa Julio II. Decimos esto porque es bien sabido que ambos mantenían una compleja relación. El Papa conocía de sobra el mal talante de Miguel Ángel, que tenía fama de gruñón, mal hablado y de oler mal, (creía que bañarse era malo para la salud) pero nadie podía negar que en el arte, era un auténtico genio. Al fin y al cabo, ¿qué genio no es excéntrico o cuenta con mal carácter? Lo cierto es que, es muy probable que sin la presencia de Julio II en la vida del artista, Miguel Ángel jamás hubiera llegado a nuestros días y oídos del modo que lo ha hecho.
Además de las inmortales pinturas que realizó prácticamente sin ayuda en la Capilla Sixtina fue también en esta ciudad donde se estrenó en el mundo de la arquitectura, que revolucionó del mismo modo que había hecho con el cincel y el pincel.
Durante toda su vida, jamás le faltó trabajo ni el apoyo de los Médici, o de la Iglesia, los promotores más ricos y poderosos que un artista podía tener en aquellos tiempos.
La calidad de sus obras le permitieron que pudiera llevar una vida de lo más acomodada, no le faltó de nada.
Sabemos que era homosexual, tuvo varios amantes a lo largo de su vida, y utilizaba exclusivamente a hombres como modelos para sus obras, pues el cuerpo femenino le disgustaba. De ahí a que todos los cuerpos de sus obras sean siempre tan musculosos, incluso los femeninos.
El gran artista murió el 18 de febrero de 1564, a punto de cumplir 89 años. Todos los que lo conocían lloraron su pérdida, para muchos el artista más perfecto que había existido, y el primero sobre el que se habían escrito tres biografías mientras vivía.
Autora
