El concepto de gasto corriente tiene una dimensión económica y presenta una doble vertiente: como operación contable que forma parte de la organización del sector público y como un aspecto de la economía doméstica.
En el sector público toda la estructura administrativa se organiza a partir de un presupuesto que depende de los diversos ingresos del estado relacionados con el conjunto de la actividad económica. Existen varios gastos vinculados con la administración del estado, gasto de capital, de transferencia o, en el caso que nos ocupa, gasto corriente. Se entiende por gasto corriente la cantidad de dinero destinada al consumo, es decir, el pago de nóminas de los empleados (los recursos humanos), compra de bienes (todo el equipamiento y el material necesario) y aquellos servicios que se consideran imprescindibles para realizar las funciones administrativas.
En la economía familiar (también conocida como doméstica) la idea básica de gasto corriente es muy similar. Es el conjunto de gastos que no están vinculados a un contrato o a una obligación determinada (que serían los gastos fijos, como la hipoteca, el teléfono o el alquiler). Los gastos corrientes son necesarios pero más flexibles que los fijos. En otras palabras, no se puede prescindir de ellos, aunque sí es posible modificarlos de alguna manera (por ejemplo, cambiando nuestros hábitos de consumo).
Los gastos corrientes más característicos de la economía familiar son los siguientes: la cesta de la compra, los seguros del hogar, gastos médicos o del automóvil, la vestimenta y el calzado, así como todo aquello que dependa de las circunstancias familiares, aunque el dinero que se gasta en actividades ociosas no forma parte del gasto corriente.
Optimizar el gasto corriente doméstico
La mayoría de ciudadanos se han planteado alguna vez la necesidad de reducir o controlar los gastos corrientes. No hay fórmulas mágicas ni consejos infalibles, pero sí algunas pautas que pueden ser útiles. En primer lugar, elaborar un plan de racionalización en función de nuestros ingresos. Por otra parte, diferenciar el gasto corriente necesario y aquel que es ajustable (se trata de cubrir nuestras necesidades y al mismo tiempo con un consumo racional). Por último, repasar las finanzas familiares de manera periódica, consiguiendo con este hábito identificar posibles gastos innecesarios que se van acumulando.
La optimización del gasto corriente no es simplemente una cuestión organizativa, sino que tiene indudables consecuencias en la calidad de vida.