Cuando Flavio Valerio Aurelio Constantino, inmortalizado en la historia como Constantino I El Grande, asumió como emperador de los romanos allá por el año 312 muchísimos estados de cosas cambiarían, pero sería especialmente el concerniente a la religión Cristiana el que mayores cambios y avances sufriría de ahí en adelante; y esto fue posible porque contrariamente a sus predecesores, Constantino, decidió plasmar a su gobierno de elementos que contribuyesen a la unidad y no a la disgregación y así es que en una de sus primeras y más recordadas medidas decidió reconocer como única religión oficial del Imperio que presidía al Cristianismo.
Constantino nació en la ciudad de Naissus, actual Serbia, un 27 de Febrero del año 272, en tanto, llegaría a ejercer el máximo cargo del Imperio Romano por una circunstancia más emparentada con lo casual que con la tradición familiar, porque su padre, Constancio Cloro, era un militar que estuvo al servicio de Diocleciano y entonces, una vez que éste abdicó, Cloro, se haría cargo del poder de la parte Occidental del Imperio hasta su muerte, sucediéndolo su hijo Constantino.
Una vez fallecido su padre y superadas varias rebeliones en su contra, Constantino, se haría cargo de la parte occidental del Imperio mientras que la parte oriental permanecería en manos de Licino hasta el año 323 en que Constantino lograría el control total del Imperio y ejercería hasta su muerte como único emperador de Roma.
Al año de asumir el cargo, Constantino materializaría la medida que cambiaría el color de su gobierno, a través del Edicto de Milán, decretó el punto final del culto pagano junto con las persecuciones contra los cristianos y ordenó la restitución de todos los bienes expropiados a éstos últimos.
Si bien el mencionado documento no oficializó al cristianismo como religión oficial, en la práctica sí lo sería y entonces, paulatinamente, Constantino concedería importantísimos privilegios y donaciones a la Iglesia y otras tantas medidas tendientes a favorecer la mencionada doctrina religiosa como ser: apoyó la construcción de nuevos templos y privilegió a los cristianos con cargos de poder a su lado.
Lamentablemente, tal situación tuvo su contrapartida con el comienzo de persecuciones contra otras comunidades religiosas, tal es el caso de los Judíos.
Si bien fue su apuesta más grande, la expansión del Cristianismo no fue la única medida que priorizó Constantino, también promovió notables cambios en lo político, reconstruyendo y ampliando la ciudad griega de Bizancio, a la cual le cambió el nombre por el de Constantinopla y la erigió como capital cristiana del Imperio en reemplazo de la tradicional Roma; de este modo el centro político se corrió un poco más hacia el este.
Y en el aspecto económico lo más destacado de su gobierno fue la impronta puesta a favor de la finalización de la extensa crisis que en este sentido venía arrastrando el Imperio; frenó la inflación reformando el sistema monetario, que a partir de ese momento se empezaría a basar en el oro.
Por otro lado, decretó el carácter hereditario de los oficios y dio por completado el proceso de vinculación de los colones a la tierra que trabajaban.
Tras su fallecimiento, el 22 de Mayo del año 337, su descendencia desató una feroz pelea por la sucesión, asumiendo finalmente el cargo uno de sus hijos, Constancio II.