La capacocha era un ritual inca que consistía en el sacrificio humano de niños que se enterraban vivos. Esta ceremonia cumplía un importante rol en las relaciones de reciprocidad, fundamentales en el imperio inca, ya que implicaba tanto ofrendar a los seres sagrados como a las autoridades supremas incaicas, en ambos casos a cambio de su protección y cuidado.
Las momias de los niños que fueron enterrados aún se conservan debido al congelamiento y al hermetismo de su sepultura. Algunas de ellas se pueden ver en el Museo de Arqueología de Alta Montaña (Salta, Argentina), en el Museo Nacional de Historia Natural (Santiago, Chile) o en el Museo de Santuarios Andinos (Arequipa, Perú).
Contexto histórico
Los orígenes del pueblo inca se remontan al momento en que las poblaciones de la región del lago Titicaca se instalaron alrededor del año 1.200 en la zona de lo que actualmente es el sur de Perú. Este pueblo se expandió rápidamente, creando el imperio más vasto de la América precolombina, el cual abarcaba una extensión de más de 1.000.000 km2 y una población de entre 6 y 11 millones de habitantes.
A su imperio se le dio el nombre de Tahuantinsuyo que, en quechua, significa “cuatro partes”. Las mismas se encontraban conectadas por caminos reales que unían a las cuatro regiones con el Cuzco, centro político y religioso del imperio. Mediante estos caminos se trasladaban tanto los tributos como la ofrendas solicitadas por la suprema autoridad del imperio, el Sapa Inca. De esta forma, los caminos funcionaron como un modo particular de someter a un territorio de tal amplitud. Sumado a ello, se desarrolló un complejo sistema de instituciones para poder controlar efectivamente a las comunidades.
Un punto fundamental es que los incas impusieron su religión a toda la población conquistada. Ellos rendían culto principalmente a Inti, Pachamama y Viracocha. Asimismo, se honraba a las huacas, es decir, los lugares sagrados en que se adoraba a los antepasados. Así, los incas crearon adoratorios de altura que no solamente servían para honrar a los dioses, sino también para dar cuenta de su poder en todo el imperio. En dichos espacios, se realizaban las ofrendas que podían incluir tanto comidas y bebidas, como vidas humanas. El ritual por el que se ofrendaban vidas humanas se llamaba “capacocha” que en quechua quiere decir “obligación del soberano”.
Características
La ceremonia de la capacocha era una de las más importantes del imperio inca. La misma se llevaba a cabo en las festividades religiosas del sol y de la luna, en momentos de muerte o asunción del Sapa Inca, o para contrarrestar los desastres naturales que pudieran afectar a las cosechas. Para celebrar este ritual se construyeron diversos centros ceremoniales, normalmente en los picos altos de los Andes.
La característica esencial consistía en que se ofrecían niños en ofrenda. La razón de ello estaba dada por el hecho de que se creía que los niños eran los seres más puros. Por tal motivo, eran un gran regalo para los dioses y las huacas. En este punto, es preciso destacar que los niños eran seleccionados entre los hijos de las personas de la elite del imperio, a la vez que se tenía en cuenta su belleza. De ello se puede deducir que era un honor ser elegido para el sacrificio.
Respecto de su desarrollo, para realizar la capacocha se enviaban los niños seleccionados, generalmente de entre seis y diez años, al Cuzco. Los mismos viajaban por el camino del inca escoltados por sacerdotes y acompañantes. Una vez en la ciudad, se realizaban festejos que incluían bailes, cantos y ofrendas de bebida y comida. En dicha ceremonia, se sacralizaba a los niños y se los nombraba como “hijos del sol”. Asimismo, se realizaba un matrimonio simbólico entre niños y niñas para favorecer la unión entre los distintos ayllus. Posteriormente, los niños y su séquito se trasladaban hacia el lugar en que se llevaría a cabo el sacrificio, o se quedaban en Cuzco si el sacrificio era allí. Durante el camino hacia el sitio sagrado, que podía durar entre días y meses, la comitiva era agasajada por las comunidades. Una vez en el sitio del sacrificio, se anestesiaba a los niños dándoles de beber chicha hasta que quedaban inconscientes y luego se los enterraba vivos en un depósito hermético junto con sus juguetes y otros elementos de valor, necesarios para acceder a la segunda vida. Esto era así ya que, según la cosmovisión incaica, el niño no moría, sino que se reunía con sus antepasados.
Si bien la capacocha poseía un rol muy importante en la reciprocidad entre los dioses y los incas, también se destaca su papel como un ritual que fortalecía el poder del imperio. La razón de ello está dada por el hecho de que estimulaba la formación de lazos entre los distintos ayllus, entre sí y con el imperio, a la vez que reafirmaba la relación jerárquica entre centro y periferia.