Se denomina actividad económica a la suma de transacciones de bienes y servicios que se realiza en una determinada comunidad a través de dinero. La actividad económica puede verse afectada como consecuencia de los ciclos económicos, situación que conlleva a conflictos sociales de diversa índole. Es por ello, que la ciencia económica se ha visto inclinada frecuentemente a buscar soluciones que logren paliar las consecuencias de los ciclos económicos agudos.
Dadas estas consideraciones, la actividad económica puede registrar diversas etapas: la primera es la de auge o incremento de problemas que anticipan una desaceleración y el comienzo de una fase de recesión; luego se cae en una recesión, donde la actividad decrece tanto en el empleo, la inversión y la producción: viene en este momento una depresión, cuando se llega al momento en donde la actividad se paraliza notablemente, existiendo una baja demanda de bienes y servicios; y finalmente, se llega a la fase de recuperación, en donde comienza a movilizarse nuevamente la inversión y las distintas variables se estabilizan.
Es de entender que este continuo vaivén entre crecimiento y recesión se haya tratado en innumerables ocasiones a fin de evitarse o suavizarse sus consecuencias. Dos autores de gran jerarquía en las ciencias económicas que se han abocado al tema son Keynes y Hayek. Ambos se apartan en los consejos, fundamentalmente en lo que respecta a las medidas de acción que debe tener el estado como agente económico.
Keynes plantea que los ciclos son un fenómeno constitutivo del capitalismo y que un economista daría poco de sí si no brindase alguna solución que morigere esta circunstancia. Es por eso que durante los periodos de declive en la actividad recomienda aumentar el gasto público y aumentar el endeudamiento del estado para fomentar la demanda agregada; una vez que la actividad comience a recomponerse, la recomendación es cancelar paulatinamente las deudas contraídas. Esto es lo que se denomina políticas contracíclicas.
Hayek, por su parte prefiere dejar el que el mercado siga por su propio cauce, en la medida en que intentar algún tipo de control sobre este se traducirá en más inconsistencias, una autoridad central que dictamine algún tipo de planificación de la economía no podrá coordinar las necesidades del mercado, llevando a un empeoramiento de la situación, aunque en un primer momento esto quede velado.
Estás dos planteos no hacen más que resumir el eterno dilema al que se llega en materia económica, consistente en si el mercado debe ser intervenido o no, y en caso afirmativo, hasta qué punto debe llegarse. Dilema que al parecer no se resolverá en el corto plazo.