- Orígenes
- El elegido: pacto abrahámico
- Frondosa descendencia: una promesa
- Sacrificio de su hijo
- El “premio” de la longevidad
Nació en la ciudad de Ur, Caldea, una de las más prósperas e influyentes del sur mesopotámico, ubicada sobre el río Éufrates. Fue hijo de Tare y descendiente de Sem.
No existen precisiones temporales sobre cada uno de los eventos que se le atribuyeron en el Génesis, sin embargo, ello, no afectó su influencia y la creencia en su historia.
Junto a su padre y el resto de la familia se asentó en Harán, una ciudad ubicada en la Mesopotamia septentrional, y ruta comercial muy difundida desde la Antigua Babilonia.
Recibió el llamado de Dios para que deje la casa de su padre y se dirija a la tierra que él le mostraría. Le prometió hacer de él y con él una nación grande. Lo bendeciría y engrandecería su nombre si cumplía efectivamente con los postulados que le iría proponiendo.
Lo animó a establecerse en Canaán. La tierra propia, la construcción de una gran nación sobre su base, y la promesa de bendición, constituyeron lo que se conoció como pacto abrahámico. Su característica sobresaliente fue su obediencia a Dios. Aceptó con fe y renuncia todo cuanto Dios le pidió.
Las condiciones de hambruna lo llevaron a dejar Canaán y dirigirse a Egipto, donde fue rechazado y expulsado porque había escogido como esposa a su hermana.
Regresó a Canaán y mantuvo una serie de disputas con su sobrino Lot. Se alejó de él y retomó la vida nómade.
Rescató a Lot que fue tomado como prisionero por el rey.
Dios le prometió que tendría un hijo varón con Sara y renovaron la alianza inicial. La pareja modificó sus nombres por los de Abraham y Sara.
Se estableció el rito de la circuncisión.
Dios le anticipó la destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra por la depravación que caracterizó a sus habitantes. A pesar de que intentó lograr un arreglo que hizo con Dios, que, si encontraba en estas ciudades 10 hombres justos, Dios, desistiría de su intención de destruirlas, no lo consiguió, y finalmente Dios avanzó con su decisión.
Nació su hijo Ismael, fruto de una relación con una esclava egipcia. Tenía 86 años.
A los pocos años, llegó el ansiado hijo de Sara: Isaac.
Vale indicarse que, Sara, padeció durante largos años la imposibilidad de concebir.
Dios probó su fidelidad y le exigió que asesine a su hijo Isaac. Al apreciar que lo haría sin dudarlo, lo detuvo, y renovaron nuevamente la alianza.
Justo cuando iba darle muerte, un ángel, intercedió y se lo impidió, diciéndole que no extienda su mano contra el niño porque Dios ya había obtenido la certeza del temor que le tenía al aceptar el tremendo desafío de matar a su hijo tan deseado y esperado. Sin duda alguna era un gran sacrificio porque había tardado años en concebirlo junto a Sara.
La recompensa fue la promesa de una próspera y numerosa descendencia.
Cabe destacarse que, la historia de Abraham está atravesada por la constante suscripción de pactos y alianzas con Dios, que reforzaron y afirmaron la decisión de Dios de elegirlo padre de su pueblo.
Cuando murió Sara volvió a unirse con Queturá y tuvo seis hijos más.
Falleció a la longeva edad de 175 años y fue enterrado junto a su esposa Sara en la gruta de Macpelá (actual territorio de Hebrón).
Todo lo que se sabe sobre él nos lo ha contado el libro del Génesis de la Biblia.