Para quienes las operaciones aritméticas complejas son un infierno, la calculadora, es una herramienta salvadora y preciada.
Si bien modificó su denominación original y su diseño y operatividad evolucionaron, el reloj calculador, que inventó en la segunda década del siglo XVII el matemático alemán Wilhelm Schickard, es el antecedente más próximo de las máquinas calculadoras de hoy
Sin embargo, dicho hito de la invención permaneció en el más absoluto de los desconocimientos, negándole a su inventor ser honrado por el mismo, hasta mediados del siglo pasado que se descubrió a través de su correspondencia personal.
Los cálculos no los hacía más manuales, sino que había diseñado una efectiva máquina que sumaba, multiplicaba, dividía, y restaba, esta fabulosa noticia se la comunicó vía carta, en el año 1623, a su amigo y colega el astrónomo Johannes Kepler
Incluso, en esas cartas, se incluía un dibujo de la máquina que permitía efectuar operaciones de hasta seis dígitos.
El matemático la había pensado para su amigo Kepler, pero lo cierto es que nunca se encontró un indicio material de ella porque las que construyó se presume se incendiaron, o fueron destruidas tras su fallecimiento.
De todos modos, en los años sesenta del siglo XX, gracias al hallazgo de dichas cartas, más la evidencia del dibujo de su diseño, se la pudo replicar y se confirmó que su funcionamiento era satisfactorio tal y como lo expresó su inventor
Su funcionamiento se sustentaba en el movimiento de seis ruedas con dientes que encajaban a otra rueda; una campana sonaba cuando se superaba el máximo de seis dígitos permitidos para calcular.
Además de a las matemáticas, se desempeñó como teólogo y ministro luterano, pintor, profesor y cartógrafo.
Se formó en la Universidad de Tubinga en Matemáticas, Lenguas Orientales, y en Teología.
Trabajó como ministro luterano en varias ciudades y luego fue profesor de hebreo y de astronomía en la universidad en la que se graduó
Respecto de la cartografía, se lo destaca en ella por haber diseñado mapas muy precisos.
Lamentablemente, la enfermedad de la peste bubónica, o peste negra, se lo llevó muy prematuramente, a la edad de 43 años nada más, muriendo él y toda su familia a causa de esta.
Dicha enfermedad infectocontagiosa se convirtió en una pandemia letal a partir del siglo XIV siendo las pulgas que transportaban las ratas quienes la contagiaban.
Nació y murió en la ciudad de Tubinga, Alemania, en 1592 y 1635, respectivamente.