Tergiversar significa ofrecer una versión de unos hechos que no se corresponde con la verdad. Ilustremos esta idea con un ejemplo sencillo: le comento a un conocido que estoy contento en mi nueva casa pero tengo que hacer unas reformas. Si el conocido dice a otra persona que voy a reformar mi casa porque estoy muy descontento está tergiversando mis palabras, es decir, no está expresando fielmente la idea que yo quería comunicar.
Cuando se dice que hay una tergiversación de unas palabras, se está indicando normalmente que la persona que interpreta algo lo hace de manera interesada y con mala intención. Así, se entiende que la tergiversación no es un simple error sin importancia sino que está asociada a la mala fe.
El término tergiversación es sinónimo de manipulación, deformación, distorsión o alteración. En consecuencia, cualquier forma de tergiversación implica un cierto engaño. Quien tergiversa un discurso está ofreciendo una versión deformada del mismo, previsiblemente con el propósito de presentar su propia interpretación.
Contextos propios de la tergiversación del lenguaje
En el ámbito de la disputa dialéctica propia de la actividad política es frecuente que haya una descalificación entre los rivales políticos. Y para descalificar al oponente es muy probable que se recurra a la tergiversación de sus palabras.
En el lenguaje periodístico también hay una cierta inclinación a manipular una realidad a través del lenguaje. Supongamos que un periodista asiste a un rueda de prensa en la que el alcalde de una ciudad afirma que el índice de pobreza infantil está disminuyendo y estas palabras son reflejadas en el periódico local con el siguiente titular: «Grave problema de pobreza infantil». En este caso, hay una deformación evidente de las palabras, pues lo que se ha dicho en realidad es reproducido en un sentido totalmente diferente.
La tergiversación en la comunicación presenta en ocasiones una dimensión más sutil. Veamos esta idea con otro ejemplo: el uso de la palabra emprendedor en lugar del término empresario. La palabra emprendedor tiene una connotación positiva mientras que empresario tiene una valoración opuesta, a pesar de que ambos términos significan básicamente lo mismo.
El uso de eufemismos es otra estrategia para tergiversar una realidad mediante la deformación del lenguaje. En el contexto histórico de las dictaduras es muy corriente utilizar expresiones que suenan bien para conseguir objetivos perversos (en la época del stalinismo se acuñó el concepto «enemigo del pueblo» para referirse a cualquier persona que se oponía al régimen dictatorial).