Hay artistas o personalidades, de diversos ámbitos, que deben considerarse o mejor dicho la historia los decreta, como puentes, porque se erigieron en pasos hacia otras realidades o propuestas. Es decir, sin ellos hubiese sido imposible que se avanzase o se llegase a instancia en la evolución del arte, la cultura, o cualquier otro aspecto de la vida.
En tanto, el pintor francés Paul Cézanne ha sido justamente un puente que supo conectar dos propuestas artísticas bien diferentes como fueron el postimpresionismo de finales del siglo XIX frente a las nuevas propuestas pictóricos del nuevo siglo XX.
Fue sin dudas un gran conductor de la transición.
Se lo enmarca dentro del postimpresionismo porque utilizó en sus creaciones los pilares de éste: utilización de colores vivos, representación de temas de la vida con mucha emoción, visión subjetiva del mundo y la negación a la hora de ejecutar un fiel reflejo de la naturaleza.
A pesar de su enorme importancia y relevancia en la historia del arte, Cézanne, no fue lo tan reconocido que mereció en su tiempo y sí lo fue posteriormente, especialmente por las generaciones que lo siguieron que reconocieron en él esa función de puente.
Nació en la comuna francesa de Aix-en-Provence, un 19 de enero del año 1839, el mismo lugar en el que fallecería a los 67 años, un 22 de octubre del año 1906 a causa de una neumonía.
Decidido a dedicarse a la pintura, Paul, viajó a la capital de su país, París, para formarse y estar en un contacto más directo con el acontecer artístico de la época. Su padre, un hombre de economía acomodada se ocupó de su manutención enviándole una pensión mensual.
Su compañera de vida y musa fue Marie Hortense Fiquet. El pintor la conoció cuando ella trabajaba en una librería. La pareja tuvo un hijo. La relación de la pareja no fue idílica ni mucho menos sino que estuvo signada por las discusiones y el ocultamiento que Cézanne hizo de la relación para con su familia. Temía que al conocerse la unión su padre dejase de mantenerlo.
En el año 1886, al fallecer su padre, Cézanne, hereda su finca y su fortuna y blanquea su relación con Marie, sin embargo, la pareja no pudo recomponerse.
Hacia finales del siglo XIX su arte era reconocido y difundido, de todos modos, prefirió mantenerse al margen de la crítica y por ello se recluyó siempre a la hora de pintar y tampoco se dejaba ver demasiado en el circuito artístico de la época.