De acuerdo a la Mitología Romana, tal como se denomina formalmente al conjunto de creencias y leyendas mitológicas que sostenían los habitantes de la Antigua Roma, Neptuno, era el dios vinculado a las aguas y los mares, es decir, sobre él recaía el “gobierno” de todas las aguas del planeta tierra.
Dios de las aguas en la mitología romana
El agua es uno de los recursos naturales que se encuentran en mayor cantidad en nuestra naturaleza, en mares, océanos, lagos, ríos, entre otros, y es uno de los elementos fundamentales que el ser humano necesita para vivir.
Por caso es que desde tiempos remotos el agua ha sido una sustancia importantísima y por supuesto venerada en las culturas iniciáticas.
En el caso de las civilizaciones griega y romana, las dos más notables por sus aportes y desarrollos de la antigüedad, el agua, obviamente ocupó un lugar fundamental, y por caso es que uno de sus dioses se ocupaba de gobernar todo lo que sucedía en las aguas, lo bueno y también lo malo.
Como ya dijimos, Neptuno lo fue para los romanos, y Poseidón para los griegos.
Dado que la mitología romana ha tomado muchas características de la griega es que las características y aptitudes de sus dioses son símiles y tienen un equivalente, especialmente aquellos más notables.
Atributos: tridente y carro y siempre cabalgando sus caballos blancos
Neptuno llevaba a cabo su labor cabalgando caballos blancos sobre las olas y sus atributos principales eran el tridente y el carro; el carro hace las veces de transporte y a través del tridente agita las olas y provoca fuentes y manantiales donde le place.
Todos aquellos habitantes de las aguas, sin excepciones, tenían la obligación de obedecer sus designios.
En el mar, entonces, es donde Neptuno decidió descansar y erigir su reino, cabe destacar, que en las aguas más profundas se encuentra su reino en el cual destacan los castillos dorados.
Un dios emocionalmente inestable que manifestaba dicha característica con diversas acciones sobre las aguas que regía
En tanto, su peor cara se podía ver cuando algo le producía ira o enojo, ya que de inmediato se manifestaba generando los más tremendos y violentos terremotos.
Era de todos los dioses el más inestable en materia emocional y por ello es que cuando se enojaba provocaba grandes tempestades.
Como consecuencia de esta situación es que los romanos trataban de no provocarlo sin un motivo realmente trascendente.
Hoy sabemos que la naturaleza, por la imprevisibilidad que la caracteriza, nos tiene preparadas sorpresas, a veces muy desagradables como pueden ser los terremotos y tusnamis, entre otras calamidades climáticas, sin embargo, en los tiempos en los que estamos situados, los desastres producidos por el agua se atribuían justamente al enojo de esta deidad a la cual se le tenía sumo respeto.
Pero además del caballo, su fiel compañero, Neptuno, disponía de la compañía de delfines que además de la función de acompañantes hacían de transporte.
Los romanos consideraban que Neptuno tenía la responsabilidad de sostener el planeta que los albergaba, porque como el océano rodeaba la tierra, él, desde el mar, hacía de contrapeso respecto de la tierra firme.
Además, se lo sindicaba como el hacedor de las formas de las costas, de los acantilados, de las playas y de las bahías, entre otros accidentes geográficos.
Hijos, mujeres y familia
Y como buen dios mitológico que se precie de tal, Neptuno, tuvo varios amores…
Su esposa formal fue Anfítrite (diosa del mar tranquilo), aunque hubieron más mujeres en su vida: Clito, Medusa, Toosa, Ceres, Halia y Amimone.
Su esposa le dio varios hijos, conocidos como tritones, una especie de monstruos marinos barbados.
Neptuno era el hijo más grande Saturno, quien era el dios de la cosecha y de la agricultura, y de Ops, la diosa de la fertilidad y de la tierra.
Y también era el hermano de otros dos dioses importantes como Júpiter y Plutón, el primero era el dios más relevante, padre de dioses y de hombres, el referente y el mandamás de lo que ocurría en la tierra y en el Olimpo, mientras que Plutón era el dios del Inframundo, tal como se denominó en aquellos tiempos a aquel lugar al cual iban las almas de los muertos, el famoso “más allá”.
Arte por insima.