- Nacimiento del rey
- Un rey justo
- El enfado de Poseidón
- El Laberinto, su guardián y una terrible tradición
- El final del rey
Según la mitología, Minos era hijo de Zeus y Europa, una de sus conquistas, una bella mortal. Por lo tanto, el hijo de ambos sería un semidiós. Este fue el primer Minos de su estirpe, el hijo de éste y el nieto serían también llamados Minos, y se convertirían en reyes, por eso a veces se cree erróneamente que Minos gobernó durante demasiados años para ser mortal, ¿cómo era posible que viviera tantos años? La respuesta sería esta, en realidad fueron tres generaciones de Minos seguidas las que reinaron.
El primer Minos gobernó Creta durante mucho tiempo, y se le conoce por ser un rey justo, noble y sobre todo muy respetuoso con todos los dioses, a los que veneraba y hacía ofrendas. Este último factor fue determinante para que los dioses, alabados por Minos y su simpatía, decidieron nombrarlo uno de los jueces del Hades, de lo que hablaremos más adelante.
Además, gracias a su interés en el arte y la cultura, se consolidó aquello que conocemos como Civilización minoica (se llama así haciendo honor al propio Minos), época que tuvo lugar ya en la Prehistoria y la Edad de los Metales (concretamente en el Período de la Edad del Cobre y la Edad del Bronce), por lo tanto hablamos de un momento anterior a la Civilización Griega, su más estrecho antecedente.
El gran dios de los mares, Poseidón, estaba celoso de Minos. A la divinidad de los océanos el rey de Creta no le generaba la misma simpatía que al resto de dioses.
Esos celos y rechazo se originaron por el excesivo poder de territorio que poseía Minos, tanto tierras como mares.
Para enterrar el hacha de Guerra con el dios, Minos propuso a Poseidón que sacrificaría en su honor lo primero que emergiera del mar, y este aceptó.
Sorprendentemente, Poseidón hizo aparecer un gigantesco toro, que salió del mar de manera mágica, sólo el poder del dios podía haber provocado una situación tan surrealista.
Sin embargo, a Minos le fascinó el animal y su magnificencia. Era el toro más hermoso que había visto jamás. Tanto le gustó, que no cumplió con su promesa, y en lugar de sacrificarlo se lo llevó a palacio, lo incluyó entre sus otros animales.
Poseidón, enfurecido con el rey por no llevar a cabo aquello por lo que había dado su palabra, decidió vengarse.
El dios hizo que Pasífae, la reina y mujer de Minos se fascinara aún más que su marido por el toro. A tal punto llegó esa fascinación, que Pasífae pidió a Dédalo (el arquitecto que trabajaba para la corte) que le fabricara una vaca hueca de madera, y así acabó manteniendo relaciones con el animal, y engendró un hijo.
Fruto de esa indecente unión, nació una criatura monstruosa, conocida como el Minotauro. Un ser mitad toro y mitad humano.
Minos, horrorizado con ese ser al que había dado luz su mujer, pero sin atreverse a sacrificarlo, recurrió también a Dédalo, considerado el mejor arquitecto de toda Grecia. Le pidió que construyera un complicado laberinto, que sería la prisión del Minotauro, jamás, bajo ninguna circunstancia, podría salir.
Sólo Dédalo podía realizar un encargo así, y construir un laberinto tan complejo como era aquel. Y así lo hizo el arquitecto.
Pero había un problema: aquel ser necesitaba alimentarse, y su extraña constitución o naturaleza requería más comida que un humano. Y no sólo eso, era precisamente carne humana lo único que ingería!
Cada vez quería más y más cantidad en poco tiempo, y costaba satisfacer sus necesidades.
La solución llegó indirectamente con la muerte de Androgeo, uno de los hijos de Minos y Pasífae, que fue cruelmente asesinado en Atenas tras ganar una competición.
El rey, destrozado por la pérdida de su hijo, sólo buscaba venganza, y declaró la guerra a los atenienses.
Atacó a la ciudad, y sus habitantes se rindieron.
Minos, aprovechando la ventaja de su victoria, impuso algunas condiciones que los atenienses no tenían más remedio que cumplir.
Planteado por el propio Minos (o según otras versiones sugerencia del famoso Oráculo de Delfos) surgió una terrible tradición: cada año, Atenas debía ofrecer a siete jóvenes y siete doncellas, tributos para el Minotauro.
Estos pobres jóvenes inocentes eran encerrados en el colosal laberinto, donde podían vagar durante horas, días e incluso semanas, hasta que el Minotauro los encontrara y devorara.
Semejante crueldad finalizó con Teseo, uno de los siete jóvenes que fue enviado uno de los años, y que gracias a la ayuda de la princesa Ariadna, que se había enamorado de él, logró matar al Minotauro y escapar del laberinto.
A Minos no le gustó nada que Teseo escapara del laberinto, creía firmemente que los atenienses aún le debía algo. Y además, se sintió traicionado por Ariadna, su propia hija.
El rey de Creta decidió hacer responsable del éxito de Teseo a Dédalo, por no construir un laberinto lo suficientemente complejo. Cuando el arquitecto vio que Minos iba a por él, se reunió rápidamente con Ícaro, su hijo, y le dijo que debían partir de Creta inmediatamente. Fabricó unas gigantescas alas con cuerda, plumas y cera, para escapar volando. Le advirtió a Ícaro que no se acercara demasiado al sol, o la cera podría derretirse. Su hijo quería hacerle caso, pero era joven y entusiasta, por lo que sin darse cuenta subió más y más, la cera de sus alas se derritió e Ícaro se precipitó al vacío y cayó al mar.
Pero a Minos no le importaba la desgracia de Dédalo por haber perdido a su hijo. No soportaba que se hubiera marchado sin su consentimiento.
Lo buscó de ciudad en ciudad hasta que lo encontró, pero antes de poder reunirse con aquel que había sido su arquitecto, las princesas lo mataron con agua hirviendo, para que no pudiera hacer nada a Dédalo.
Al final, en la vida de Minos pesaban más las buenas acciones que los errores que había cometido, por eso se convirtió en uno de los tres jueces del reino del Hades, y su voto era el más importante.