La familia Borgia, como los libros de historia nos han informado e ilustrado larga y detalladamente, ha sido una de las familias más poderosas y polémicas que habitaron el territorio italiano durante la época renacentista.
Los Borgia, oriundos de una población española conocida como Borja, se asentarían más tarde en Italia y se erigirían en fieles exponentes de la corrupción política y sexual que caracterizó a aquel tiempo.
En tanto, Lucrecia Borgia, era hija de Rodrigo de Borja, mejor conocido como el Papa Alejandro VI, un hombre que se valdría en primera instancia de su relación de sobrino del Papa Calixto III para ascender en la pirámide eclesiástica y desempeñar diversos cargos de suma importancia hasta ser electo como Papa, y ahí sí tejer las mil y una intrigas políticas para colocar el nombre de su familia en lo más alto de la nobleza de Italia.
Tanto Lucrecia como otro de sus hijos, César, fueron claves a la hora del armado de estrategias y conspiraciones.
Lucrecia nació en Italia el 18 de abril del año 1480.
Sus padres eran el mencionado Papa Alejandro VI y la Condesa de la Casa de Candia, Vannozza Cattanei.
La historia mayormente cuenta que Lucrecia era dueña de una exquisita belleza y que estuvo activamente implicada en los asuntos políticos y en los escándalos sexuales protagonizados por su familia.
Incluso, las voces más arriesgadas aseguran que mantenía relaciones incestuosas con su hermano César y con su propio padre el Papa.
Su padre se ocupó especialmente de arreglar las uniones maritales de su bella hija para que las mismas le reporten beneficios comerciales y políticos.
En primeras nupcias se casó con Giovanni Sforza, perteneciente a una poderosísima familia de Milán.
Cuando Sforza dejó de serle funcional, el Papa lo obligó a firmar una declaración de impotencia para así anular el matrimonio.
Tras esta separación, Lucrecia, permanecería recluida en un convento, presuntamente porque estaba embarazada de un hijo de su hermano César, lo cual de saberse a ciencia cierta provocaría aún más escándalos en la corte.
El segundo matrimonio de Lucrecia sería con Alfonso de Aragón, hijo de Alfonso de Nápoles II y terminaría peor que al anterior, porque cuando dejó de ser útil a la causa de la familia Borgia, César Borgia, aparentemente enfermo de celos, ordenó su asesinato.
Al cumplirse un año de la muerte de su segundo esposo, Lucrecia, asume un rol de importancia siendo administradora de la Iglesia y del Vaticano.
Para esta misma época se concreta su tercer enlace marital con el Príncipe de Ferrara, Alfonso d’Este.
Según informa la leyenda, en los últimos años de vida, Lucrecia, decidió recluirse en contraposición a ese perfil alto que supo ostentar años antes, algunos comentan que la temprana muerte del hijo que tuvo con Alfonso de Aragón la sumió en la tristeza.
En el año 1519, cuando contaba con 39 años de edad, fallece por fiebre puerperal tras alumbrar a su octavo niño.