Para aquellos que nos ha tocado vivir y crecer durante la última parte del siglo XX y lo que va de años este siglo XXI, resulta ser una cuestión cotidiana y ordinaria que las mujeres se destaquen en ámbitos como el político y el militar, que en siglos anteriores estuvieron reducidos únicamente a los hombres. Por tanto, es que hoy día una Juan de Arco o una Doncella de Orleáns, como también se la conoció a esta heroína, militar y santa francesa , no despertaría el enorme revuelo que si despertó hace siete siglos atrás cuando con tan solo 17 años de edad se calzó al hombro al ejército de su país, Francia, para expulsar definitivamente a los ingleses de su territorio.
Juana de Arco nació el 6 de Enero de 1412, en el pequeño pueblo francés de Domrémy y en el seno de una familia acomodada. Si bien cuando tuvo lugar su tiránico proceso reconoció que no sabía leer ni escribir, sí reconoció saber hilar y cocer, como cualquier mujer de su época, gracias a la intervención de su madre que se ocupó de educarla especialmente en los quehaceres de la casa, aunque claro, el destino de su pequeña Juana estaría ligado a algo más trascendental e importante que la costura…pero ni ella ni nadie se lo imaginaba en aquel momento.
El contexto político de Francia desde que Juana nació y hasta que se convirtió en una adolescente estuvo signado por los enfrentamientos con los ingleses y por las disputas entre diversos líderes locales.
En tanto, cuando Juana cumplió los catorce años de edad se sucedería un hecho que por un lado marcaría su vida hasta el preciso momento de su muerte y por otra parte también implicaría un cambio sustancial en el devenir político de Francia. Según aseguró Juana, Santa Catalina, San Miguel Arcángel y Santa Margarita, acompañados de un resplandor, se le presentarían para anunciarle su misión en la vida: salvar a Francia de la opresión inglesa dominante.
Si bien en un comienzo se mantuvo discreta al respecto para no horrorizar a su familia, Juana hizo lo imposible para contactar al monarca Carlos VII y anunciarle su misión santa que consistía en liberar a Francia.
Tras lograr el contacto con el rey y superar la desconfianza del caso, Juana, fue puesta al frente de una misión que culminaría con el máximo de los logros y por supuesto de su misión también: Carlos VII sería coronado rey de Francia.
Lamentablemente, nadie en aquel momento fue capaz de honrar la valentía de Juana y de alguna manera fue enviada directo a la hoguera cuando decidió liberar a París, tras hacer lo propio con Orleáns. Francia directamente le soltó la mano a su gran heroína y así es que Juana terminó siendo procesada por los ingleses por hechicería y herejía en un injustísimo proceso que determinaría que fuera quemada viva en una hoguera.
Aunque no hay precisiones, se estima que no llegaba a los veinte años de edad cuando fue asesinada.
Veinte años después de su muerte y tras largos esfuerzos, su familia logró que se examinase su caso y el 7 de Julio del año 1456 se reconoció su inocencia y en cambio se declaró herejes a sus jueces. Pero el máximo reconocimiento a su obra llegaría cinco siglos después de su muerte, cuando el Papa Benedicto XV la canonizó el 16 de Mayo de 1920.