A principios del siglo XX el mundo del arte vivió una auténtica revolución. Surgieron toda una serie de movimientos de vanguardia que impregnaron la mayoría de estilos artísticos Uno de estos movimientos vanguardistas fue el futurismo, que se inició en Italia de la mano de Filippo Tommaso Marinetti, autor del célebre Manifiesto Futurista, publicado en 1909 en uno de los periódicos más prestigiosos de Europa, Le Figaro.
El Futurismo no apareció de manera espontánea, pues el mundo occidental vivía un periodo de optimismo: el automóvil irrumpió en las ciudades, el cine era todo un espectáculo de masas y los grandes exploradores llegaban a todos los rincones del planeta. Parecía que el hombre se proyectaba hacia un futuro esperanzador. Y precisamente esta idea de un futuro de plenitud es el elemento esencial del Futurismo.
En el ámbito de la literatura, el futurismo propone que el lenguaje se encuentre abierto a la idea de cambio, a la creación de nuevos términos que conecten con la modernidad. Se huye de las formas decadentes y tradicionales y del espíritu melancólico de otros estilos, como el romántico. Se exaltan ideas que normalmente habían sido ignoradas por la creación literaria: la potencia de las máquinas, la velocidad o las nuevas invenciones técnicas. Hay una reivindicación de la fuerza como idea transformadora y esta aspecto formal se concretó posteriormente cuando algunos escritores futuristas expresaron su simpatía por el fascismo liderado por Mussolini. Los vínculos entre futurismo y fascismo han suscitado una permanente polémica entre los estudiosos de la literatura. En este sentido no hay que olvidar que en los textos de Marinetti se desprecia el feminismo y el moralismo, así como los museos o las librerías, símbolos de un pasado que consideraban caduco.
Dejando al margen el debate cultural y la conexión política de algunos autores y seguidores del futurismo, lo que es evidente es que esta corriente no se limitó a la poesía como otras manifestaciones vanguardistas, sino que artes muy diversas se impregnaron de su espíritu: fotografía, escultura, escenografía y singularmente el teatro, que introdujo un enfoque experimental realmente novedoso.
El futurismo sirvió de inspiración a otras corrientes. En España, Ramón Gómez de la Serna fue el escritor que dio a conocer la obra de Marinetti en los ambientes vanguardistas. Además, tuvo una influencia notable en el ultraísmo español y latinoamericano. Sus ideales estéticos fueron igualmente acogidos por algunas disciplinas, como por ejemplo el diseño gráfico.