Si bien en los tiempos actuales la encomienda implica direccionar una tarea, que involucra a dos o más actores, o bien el proceso de envío-recepción de algo y un sistema de logística, la palabra tiene un trasfondo histórico sociocultural vinculado a la explotación de la mano de obra indígena. Después de que los españoles entraran en contacto con el continente americano tras el viaje de Colón en 1492, comenzaron a llegar colonos a las nuevas tierras en busca de oportunidades. Empero, los nuevos emprendimientos de los europeos necesitaban mano de obra para funcionar. Como respuesta a esta necesidad, apareció en los territorios americanos de la corona española la encomienda, un sistema que regulaba el trabajo de los indígenas americanos.
El origen histórico de la encomienda
La encomienda tiene sus orígenes en la Reconquista española, periodo en el que se desarrollaron una serie de figuras jurídicas para recompensar a los caballeros que luchaban en nombre del rey. En sintonía con el sistema feudal del vasallaje, cuando un caballero ganaba una cantidad de tierras a los árabes, la Corona podía cederle la titularidad de estas tierras en encomienda como reconocimiento y el encomendero debía entonces hacerse cargo de los habitantes de esas tierras, a quienes protegía a cambio de su servicio.
No obstante sus orígenes medievales y europeos, la encomienda, tal y como la conocemos, se desarrolló plenamente en las colonias hispanas en América. La encomienda como institución jurídica fue trasladada a América tras la fundación de La Española. Los recién llegados establecieron en las Antillas minas auríferas y desarrollos agrícolas y ganaderos, pero necesitaban mano de obra que las trabajara. El gobernador Nicolás de Ovando desarrolló entonces un sistema de repartimiento de indígenas entre los colonos españoles, que sentaría las bases de la futura encomienda. Tras las conquistas en Tierra Firme, el sistema de las encomiendas se exportó a los nuevos territorios como una forma de recompensar a aquellos españoles que habían servido a la Corona española (los beneméritos de Indias).
El funcionamiento de la encomienda
La encomienda en América no funcionaba exactamente igual que en la España medieval. Mientras que en la Península Ibérica la encomienda estaba sustentada en la posesión de las tierras recién conquistadas, en América la encomienda consistía en una dotación de un determinado número de indígenas a un encomendero. Por lo tanto, no se estructuraba en torno a la tierra.
Los indígenas tampoco eran propiedad del encomendero, ya que eran considerados, en teoría, personas libres y súbditos de la Corona. Sin embargo, se establecía una relación de reciprocidad entre el encomendero y los indígenas a su cargo (los encomendados): el encomendero debía procurar por la protección de los encomendados y, además, debía asegurarse de su conversión al catolicismo; a cambio, recibía tributo por parte de los indígenas, tanto en especie como en servicio (trabajo).
Este sistema logró articularse con los sistemas sociales y económicos autóctonos. Se mantuvo el sistema político local bajo el cacique indígena, quien era el encargado de negociar las contribuciones con el encomendero y, posteriormente, recaudarlas. Por otro lado, aunque se concibe al encomendero como un español que había ganado cierto prestigio en las guerras de conquista americanas, igualmente existieron indígenas encomenderos que también habían servido a la Corona en la conquista del nuevo territorio. Un ejemplo es Malitzin (Doña Marina) quien, tras la conquista de Tenochtitlan, fue recompensada con la encomienda de Oluta, donde había nacido.
Las Leyes Nuevas; ¿el fin de las encomiendas?
A pesar de que los indígenas sujetos al régimen de encomiendas eran considerados hombres libres sobre papel, en realidad se consideró, desde tiempos muy tempranos, que estaban obligados a trabajar, ya fuera para la Corona, ya fuera para los encomenderos. Eran súbditos y como tal estaban obligados a pagar tributos y, como no tenían bienes, debían contribuir con su trabajo. En la práctica, el sistema de encomiendas tuvo como consecuencia el abuso de los indígenas, los cuales estaban muchas veces sometidos a un sistema muy cercano a la esclavitud. Esta situación fue denunciada repetidas veces por parte de los frailes y se intentaron limitar las condiciones de trabajo en varias ocasiones. Una de las más significativas fue la promulgación de las Leyes de Burgos, en 1512, que trataron de limitar las jornadas de trabajo y asegurar un salario a los encomedados.
A pesar de estos intentos por mejorar las condiciones de trabajo de los indígenas, los abusos se perpetuaron y el debate sobre la legitimidad de las encomiendas se intensificó. A esto se sumaron los deseos de la Corona de limitar el poder de los encomenderos y las demandas de los nuevos pobladores en América que, a pesar de no haber participado en la Conquista, también requerían de mano de obra.
En 1540, Carlos V convocó una junta jurídica en Salamanca y, en 1542, se promulgaron las Leyes Nuevas, que buscaban la abolición las encomiendas. Se decretó que no se otorgarían encomiendas nuevas y que las existentes se abolirían a la muerte del encomendero. Además, se eliminaron los servicios personales, pudiendo el tributo solo pagarse en especie. La encomienda fue sustituida así por el sistema del corregimiento, en el que se regulaba el trabajo indígena a favor de la Corona a través de la figura administrativa de un corregidor.
Sin embargo, las encomiendas no finalizaron con las Leyes Nuevas. Los encomenderos ofrecieron una gran resistencia e incluso promovieron una revuelta en Perú que se concretó en una Guerra Civil. Los encomenderos, encabezados por Gonzalo Pizarro, terminaron con la vida del virrey Blasco Núñez Vela. A pesar de que Pizarro finalmente fue derrotado en 1546, el nuevo virrey, Pedro de Gasca, se vio obligado a conceder el perdón a los sublevados y derogar las Leyes Nuevas. En el Virreinato de Nueva España, el virrey Antonio de Mendoza también se vio obligado a suspender su aplicación. Las encomiendas pervivieron en muchas partes de América, por tanto, hasta bien entrado el siglo XVIII.
Referencias bibliográficas
Silvio Zavala (1973): La encomienda indiana. Ciudad de México: Editorial Porrúa.Esteban Mira Caballos (1997): El indio antillano; repartimiento, encomienda y esclavitud (1942-1542). Sevilla: Muñoz Moya editor.