Lo cognoscitivo remite a la capacidad de comprender que el hombre tiene con respecto al mundo exterior. Dicha capacidad ha sido debidamente analizada a lo largo de los siglos por distintas corrientes filosóficas y en particular por una rama de la filosofía denominada epistemología. La misma pretende dar cuenta de cómo se lleva a cabo la comprensión de la realidad, como asimismo establecer cuáles son las posibilidades de acierto y error; en otras palabras, la epistemología busca conocer los alcances y los límites del conocimiento humano. Este interés es especialmente fecundo en los últimos siglos como consecuencia del desarrollo de las ciencias. En efecto, esta circunstancia es la que permitió contribuir a construir o desarrollar un método que sirva para la obtención de conocimiento.
Fueron los antiguos griegos los primeros interesados en descubrir el complejo engranaje de la comprensión humana. En este sentido, no debe sorprender que sean ellos quienes más hayan profundizado en el conocimiento filosófico. Quizá, la primera mención que cabe hacerse es la de Platón; como es sabido es aquel quien dejó transcritas las enseñanzas de Sócrates. En la “Alegoría de la Caverna” nos mostrará cual es la concepción acerca del conocimiento humano, de lo cognoscible. En efecto, nos mostrará a hombres que tan solo pueden ver sombras contra la pared de una caverna, imposibilitados de ver que es aquello que proyecta aquellas sombras. Así, para la visión platónica, el conocimiento humano procedente de los sentidos es la visión de formas de una realidad trascendente e inmutable, una realidad suprasensible.
Esta concepción chocó contra la visión realista de Aristóteles, en donde existe una capacidad del hombre de conocer las cosas tal cual son. No obstante, con el transcurso del tiempo volverían las incertidumbres acerca de las verdaderas posibilidades cognoscitivas del ser humano. Así, en el idealismo de Berkeley pueden esbozarse una serie de objeciones que guardan relación con el hecho de que todo lo que se conoce pasa por el tamiz de los sentidos, hecho que conlleva a la consideración de que solo de las percepciones se puede tener certeza. Hume, por su parte, tomará estas valoraciones y las orientará a un escepticismo que lo lleva a plantear el poco sustento de las relaciones de causalidad y de substancia. Esta problemática será todo el punto de partida del trabajo llevado adelante por Kant, que valorará el aporte de los sentidos y las categorías de la razón pero negará la posibilidad de conocer a la cosa en sí; en efecto, lo único cognoscible será el fenómeno.