El concepto de buen gusto no presenta una definición objetiva, pues depende de una valoración individual personal y, por otra parte, de una serie de conceptos que son igualmente subjetivos, como la belleza, la elegancia o el estilo.
Afirmar que alguien tiene buen gusto está relacionado igualmente con unos valores estéticos y culturales, así como por la moda y por las distintas tradiciones culturales. Así mismo, cada época histórica tiene una influencia sobre aquello que se considera de buen gusto.
A pesar de la subjetividad mencionada, es posible detallar una serie de rasgos generales vinculados a este concepto. De esta manera, el buen gusto está asociado a un sentido de la estética, es decir, al ideal de belleza de cada individuo. Otro de los rasgos genuinos de esta cualidad es la armonía. Aquello que no sea armónico y proporcionado y que al mismo tiempo presente un aspecto antiestético es considerado como algo de mal gusto.
De qué cosas hablamos
El concepto de buen gusto es aplicable a contextos muy diferentes entre sí: la decoración de una casa, una obra de arte, una manera de llevar un vestido o una forma de comportarse. En todas estas manifestaciones hay un elemento estético complejo que es valorado por el observador, quien según su cultura y sus gustos personales emite un juicio sobre el buen gusto de aquello que observa. Si alguien afirma que una persona tiene buen gusto al vestir es porque le atribuye toda una serie de cualidades (una elegancia natural, una adecuada combinación de colores y una armonía entre la vestimenta y los complementos).
Qué es el mal gusto
Lo bueno existe y tiene sentido porque existe su contrario, lo malo. Así, también se habla del mal gusto. Como es lógico, se trata igualmente de un concepto claramente subjetivo y discutible. No obstante, hay una serie de aspectos que definen las cosas con mal gusto. En general, algo tiene esta consideración si presenta un aspecto vulgar y antiestético. La suciedad, el desorden o la desproporción son características contrarias al buen gusto. Y lo mismo sucede con la falta de educación, la vulgaridad en el lenguaje o con las actitudes soeces.
Definir a alguien como una persona con mal gusto implica que es un hortera y que no sabe distinguir la belleza ni la elegancia. El buen o mal gusto no es algo innato sino que se puede aprender y adquirir a través de la cultura y la formación.